¿Qué pasaría si decidiera escribir una novela sobre mi
vida? Por ejemplo, aquélla vez que me detuve en una gasolinera a orinar y pasé
a la tienda a comprar una cerveza. De regreso al auto, mirando la máquina despachadora,
me di cuenta que había bajado el precio del combustible, así que decidí llenar
el tanque mientras bebía un trago y me decía ‘qué raro, la economía está
jodida, pero la gasolina cuesta menos’. Si escribiera eso y múltiples sucesos
más no pasaría nada. ¿Alguien leería esa hipotética novela? Probablemente no.
¿Habrá algo digno de relatar sobre mi paso por el mundo? No lo sé.
Sin embargo, un escritor noruego se puso a escribir
sobre su vida, relatando cada suceso minuciosamente y se convirtió, ‘de la
noche a la mañana’, en sensación literaria. ¿Quiere decir, entonces, que
cualquier mortal puede alcanzar el éxito si escribe sobre su vida? Por supuesto
que no. Intentaré mostrar, en las líneas que siguen, porqué Karl Ove Knausgaard
es una excepción, una anomalía en la industria de los libros que combina
calidad literaria con éxito en ventas.
Knausgaard es un escritor de Noruega que alcanzó la
fama mundial con una serie de libros autobiográficos titulados Mi Lucha. A primera vista, podrá parecer
que el título hace alusión al panfleto que escribiera Hitler; sin embargo, los
libros no guardan ninguna relación con las ideas del dictador alemán. La serie
autobiográfica consta de seis libros, publicados entre 2009 y 2011 en su idioma
original. Hasta ahora, se han publicado los primeros cinco en español e inglés
(y seguramente en otros idiomas también, pero ya es redundante enumerarlos).
El libro al que haré referencia en esta entrada es al
primero, A death in the family (La muerte del padre, en su traducción
castellana). Escribo el subtítulo en inglés porque lo leí en este idioma, no
sabía que Anagrama también ya había publicado las traducciones al español. El
primer volumen se centra en la muerte de su padre, víctima de un alcoholismo
severo que lo orilló a un final humillante. La muerte ocurrió cuando el autor
tenía alrededor de 30 años. ‘Mi padre fue un idiota’, escribe Knausgaard, quien
era denigrado frecuentemente por él con burlas o golpes. Pero no paró de llorar
el día de su muerte, aceptando que, a pesar de su profundo desprecio, siempre
quiso a su padre (‘ahora uso sus botas cuando ando en la casa’ declaró Knausgaard
en alguna entrevista).
En mi opinión, lo que más atrae de Knausgaard en el
primer libro, más allá de revelar su vida privada, es su estilo, su manera de
narrar los hechos, con una atención microscópica a lo que sucede en su
pensamiento -su mundo interior- y
alrededor –el mundo exterior- mostrando una conciencia de sí mismo que, por
momentos y según su autor, es enfermiza. Y lo que resalta de ese estilo
laborioso es que no produce tedio. De alguna manera, que no sé explicar, fluye
y uno sigue leyendo sin detenerse cada dos o tres páginas porque las
descripciones lo aburrieron.
La mayoría de las historias del primer volumen son acerca
de sucesos cotidianos: cenar con los padres, visitar a los abuelos, besar una
chica, formar una banda de rock con los amigos o emborracharse en año nuevo.
Pero la forma de contarlas hace que el lector se sienta en un mundo distinto
por los artificios literarios y, a la vez, familiar, porque está basado en la
realidad (esa vaga noción compartida de vivir en el mismo mundo). En ese
estilo, que ha sido comparado con el de Proust (y agrego a Joyce, aunque no se
parezcan ni de cerca sus técnicas narrativas), reside una de las claves de la
admiración hacia la obra de Knausgaard.
Una mejor explicación sobre su estilo la encontré, de
paso, en un ensayo de George Orwell sobre Trópico
de Cáncer de Henry Miller, titulado Inside
the whale (Dentro de la ballena). Por
momentos me parecía que hablaba sobre la forma de narrar de Knausgaard. Ambas
novelas, la del pulcro Miller y la de Knausgaard, encajan en el género que
denomina Orwell como ‘autobiografía en forma de novela’, narradas en primera
persona porque no es posible hacerlo de otro modo.
Escribe Orwell que Trópico
de Cáncer es de esos libros que abren un mundo nuevo por revelar no lo que
es extraño, sino lo que es común: está
este mundo en el que hemos vivido desde la infancia, donde los asuntos
cotidianos los hemos asumido incomunicables pero, de pronto, aparece alguien
que se las ingenia para comunicarlos, logrando designar palabras para aquél
mundo tan familiar que habitamos, el cual parece, además, que no amerita ser
recreado. Los escritores con esta capacidad, como Miller y Knausgaard, escriben
sin miedo y con un ritmo de vértigo, como si una tromba cayera en la calle
donde estamos parados y, de pronto, se quitaran las ganas de buscar resguardo
bajo un techo porque se descubre que la lluvia nos reanima y, misteriosamente,
nos reconforta.
Revelar ese universo cotidiano crea, en mi opinión,
una atmósfera que permea la escritura de autenticidad, donde no importan tanto
los sucesos que se narran, sino esa sensación de reconocimiento, de reflejarnos
en el mundo rutinario. Esto genera, dice Orwell, que el lector no se sienta solo. Agrega Orwell que al leer ciertos
pasajes de la novela de Miller y del Ulises
de Joyce (y yo agrego que también en Mi
Lucha), sientes que tu mente y la del
escritor son una. En este tipo de novelas,
el lector entra en contacto, por un momento, con experiencias en las que logra
reconocerse, contrario a lo que sucede con la literatura ordinaria, caracterizada
por mentiras, simplificaciones y un estilo ‘afectado’.
Aquello de abolir la soledad del lector, aunque sea temporalmente,
es paradójico, ya que las novelas fueron escritas por solitarios incorregibles:
Miller, Joyce y Knausgaard, quien no sólo escribió Mi Lucha bajo una soledad radical, confinado en un estudio durante
días y meses, sino que, a lo largo del libro, se muestra como una persona
solitaria que se regodea de su condición y admite, sin vergüenza, no sentir
mayor interés por crear amistades. Su motivación esencial es escribir y, ya se
sabe, no se escribe acompañado. Su soledad sólo es atenuada por su familia.
Para observar y escribir, hay que guardar distancia.
Inevitablemente, escribir sobre el mundo que uno observa implica un acto de
crítica. En opinión de Orwell, la actitud de Miller al compartir sus vivencias en Trópico de Cáncer es la de aceptar el
mundo y, de este modo, encontrarlo habitable. Para mí, Knausgaard también
acepta este mundo y la vida como son, aunque con cierta sorna y resignación
rebelde, sin importar la contradicción.
La frase que resume la actitud de Knausgaard es una
que repite varias veces en el primer libro, en boca de su abuela y para la que
no encuentro traducción: ‘life is a
pitch, the woman said. You know, she couldn’t pronounce well the b.’ El
escritor noruego agrega en el libro que escribe movido por el anhelo, la
nostalgia y el ansia de no sabe qué. Sólo atina describirlo como un fuerte
sentimiento sin ningún propósito o fin que lo ha llevado a querer ‘abrir el
mundo’ para tal vez encontrar su fuente o, al menos, agotarlo con la escritura.
Ese mundo de anhelo es ficticio y, sin embargo, es el mundo real. Entonces,
concluye Knausgaard, ‘escribo ficción para combatir la ficción.’
Además del estilo, no hay que olvidar que Knausgaard
escribe sobre su vida con una honestidad que, para algunos, cae en la
indiscreción. Su esposa dijo al respecto, en una entrevista, que se había
casado con el hombre ‘más indiscreto del mundo.’ Esto, por supuesto, también
podría explicar su éxito de ventas; sin embargo, sus historias evitan el
escándalo y el tono morboso de quien busca saciar perversiones ocultas. Usa un
tono confesional pero, en mi opinión, él no se confiesa, sino que escribe de sí
mismo como un personaje más, porque no encontró mejor forma de crear ficciones.
Pienso que fue muy cuidadoso al elegir qué aspectos
contar, usando un proceso selectivo en la crónica de su vida, dejando muchos acontecimientos
de lado y centrándose en narrar sólo una parte representativa. En ese sentido,
en muchas escenas, el lector se queda con ganas de saber qué hicieron los demás
o qué pensó él en realidad. A cambio, él prefiere describir con minuciosidad
ciertos hechos, como cuando limpió la casa donde murió su padre.
En lugar de ser una mera revelación de detalles
íntimos, su libro es una obra literaria inédita porque, al narrar
las acciones que -siguiendo con el ejemplo anterior- hizo para limpiar el baño de aquélla casa impregnada de
muerte, contando qué marca de detergente usó, el color de las manchas, el
interior del escusado, los utensilios del lavabo o el esfuerzo de limpiar,
tallando las paredes y barriendo el piso, interna al lector en la atmósfera de
esa experiencia paralizante. Ese hecho habitual de limpiar la casa que, en
apariencia, no tiene nada de literario ni es digno de ser contado, logra
trasmitir el dolor y la humillación de tener que poner en orden la casa (y la
vida) después de la muerte del padre.
En ese acto de narrar lo ordinario, desocupándose de analizar la vida de su padre o dramatizar la escena con múltiples
diálogos y discusiones, reside el arte literario del escritor noruego. A través
de relatar lo trivial (que algunos han criticado como un ‘no contar nada’),
Knausgaard logra expresar el significado de una vida. Es un acto de transferir
lo importante a lo cotidiano (al modo de un trasvase), sin devaluarlo y sin
exagerarlo. La historia de Mi lucha
es, entonces, la suma de actos triviales que conforman una vida. Y Knausgaard
declaró alguna vez que escribió esos libros con el corazón.
A modo de resumen, creo que el escritor noruego logró
que la gente leyera su vida porque se centró en crear literatura y mostró, con
un estilo inimitable, el mérito de narrar las nimiedades de la existencia, esas
pequeñeces que, al final, conforman los recuerdos y la verdadera huella que
dejamos.
Paquidermo
En alguna entrevista, el autor noruego dijo que de
niño soñaba ser futbolista profesional. En la adolescencia, después de darse
cuenta de su escasa habilidad para el futbol, quiso ser un rockstar. Y en la juventud, al admitir que no tenía talento para la
música, decidió que su sueño era ser escritor. Y después…
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