viernes, 28 de marzo de 2014

Piglia, la hegemonía y el asesino solitario – Primera parte

¿Puede un hombre rebelarse contra el Estado? ¿Puede él solo desafiar la hegemonía oficial? De entrada, la pregunta implica un despropósito, algo poco viable. La cuestión sobre este acto radical e improbable (y su posible concreción) es la tesis central de la novela más reciente de Ricardo Piglia, El camino de Ida, publicada en 2013 por Anagrama. 

En Ida, un profesor con ínfulas de genio realiza una serie de atentados terroristas contra miembros (colegas) de la Academia estadunidense con el propósito de publicar sus ideas pacifistas y contrarias al sistema capitalista, depredador e injusto. Una de las víctimas de estos ataques fue, al parecer, Ida Brown, estrella y fundadora del Departamento de Modern Culture and Film Studies de la prestigiosa Taylor University, ubicada a las afueras de Nueva York y donde impartía clases de literatura. Renzi, personaje ubicuo y  álter ego de Piglia, se embarca en una turbulenta investigación sobre la  extraña muerte de Ida (clausurada como un accidente de auto por las autoridades), movido por su repentino amor hacia la enigmática profesora, que surgió de sus encuentros casuales y secretos en hoteles lejanos, donde hacían “el amor” toda una noche y después volvían a sus vidas separadas. 

El periodista Renzi se involucra en la historia tras haber sido invitado por Ida a impartir un seminario de Literatura durante el semestre otoñal. Recurrirá a la ayuda de Parker, detective y ex agente del FBI, para intentar descubrir la verdad del “accidente”. Su obstinada búsqueda culminará en una entrevista con el supuesto autor exclusivo de todos los atentados: el apacible matemático Thomas Munk. 



Aparte de la cuestión sobre el rebelde solitario, Piglia hace una crítica al mundo de la academia y su estilo de vida, del que dice haber desplazado a los guetos como lugares de violencia psíquica y donde, resguardados por una imagen pacífica y elegante, sus integrantes traman horribles venganzas.  En otras palabras, un hoyo de miseria y vanagloria que se ha asumido como el máximo guardián de la civilización y el conocimiento humanos.

En cuanto a desafiar la hegemonía del Estado -asumida intención del académico Munk- habría que precisar que ésta se entiende según la definición de Antonio Gramsci: la imposición consentida de la visión del mundo de la clase dominante sobre las otras. En este sentido, la realidad que define la clase poderosa se convierte en el ‘sentido común’. La crítica a esta visión y sus alternativas son marginadas, en aras de mantener el ‘consentimiento fabricado’ (manufactured consent) por el Estado, quien utiliza la fuerza y la superioridad moral para este fin. Como en Marx, el Estado, entidad abstracta, no es más que el conjunto de grupos sociales que integran la clase dominante y son los únicos beneficiarios del sistema capitalista. 

Lo sofisticado de este mecanismo de dominación (y ése es el aporte genial de Gramsci) reside en su aceptación casi inconsciente por parte de la mayoría de la población, convencida de que si trabaja duro y sigue las reglas tendrá la posibilidad de ser otro beneficiado más del sistema. Esta convicción ilusoria legitima la hegemonía y, por ende, los pensadores de izquierda han insistido tanto en que los dominados adquieran conciencia de clase y se subleven contra el Estado. 


Esa rebelión debía ser colectiva, pero eso quedó en el pasado, con el derrumbe de la Unión Soviética y demás regímenes socialistas. Ahora, lo que queda, al parecer, es la rebelión individual que recurre a la violencia terrorista para llamar la atención y presentar, si las ideas sobran, una alternativa. 

Al menos, ése es el caso de Munk en la novela, quien aterroriza con el noble propósito de publicar un ‘Manifiesto’ en los principales periódicos de Estados Unidos. Su objetivo final es que sus ideas sean leídas y, por ello, recurre a la violencia, consciente de que en la época actual, abrumada por el exceso de información, es imposible que un individuo ordinario logre ser publicado por un medio importante. Lo anterior ya lo había experimentado en el despiadado mundo académico, guiado bajo la consigna de ‘publicar o morir’. Por ello, desengañado y frustrado, decidió alejarse de las aulas al descubrir que la academia es el principal instrumento a través del cual se promueve el proyecto hegemónico. De otro modo, los avances de la ciencia y la tecnología, divulgados en los journals y revistas científicas, son la piedra de toque que sirve para perpetuar el sistema de dominación.  

El manifiesto critica, desde luego, al régimen capitalista patentado por los estadunidenses, y convoca a terminar con la creencia en la omnipotencia y eternidad del capital: “somos capaces de aceptar el fin del mundo pero nadie parece capaz de concebir el fin del capitalismo”, afirma Munk en una parte de su escrito. Propone, además, cuidar el medio ambiente y volver a adoptar la comuna rural como base de la economía y convivencia humanas. Más que una revolución, la propuesta del matemático es restaurar la bucólica vida pastoril, en una tentativa ingenua por regresar al origen.

Igual que en otras novelas del escritor argentino que se inspiran o tributan homenaje a autores clásicos -Kafka en Respiración Artificial o Macedonio Fernández en La Ciudad Ausente, por ejemplo- El camino de Ida gira en torno a Joseph Conrad y W. H. Hudson. Un relato de Conrad, El agente secreto, será la clave para descubrir la intriga que protagoniza Munk, y los escritos de Hudson son emparentados con las observaciones incluidas en el diario que escribió el matemático en sus años de aislamiento. De manera parcial, la novela de Conrad incluye la historia que relata Piglia: un revolucionario abandona una brillante carrera académica para dirigir un grupo anarquista, y uno de los actos que encabeza se asemeja al suceso real ocurrido durante la Comuna de París, cuando unos obreros sublevados dispararon contra los relojes de la ciudad para detener el tiempo y… ¿regresar a una época ilusoria? O ¿crear una duración  distinta, apta para la llegada inminente del hombre nuevo? 

No se sabe a ciencia cierta; sin embargo, Munk se aisló y, en la más completa soledad, preparó sus crímenes. O al menos esa parece ser la versión oficial. Además, el profesor rebelde era un admirador de Conrad y, con frecuencia, utilizaba nombres de personajes de la obra del polaco como seudónimos para proteger su identidad. La influencia de Conrad sobre el matemático es tal que, en un arranque de megalomanía, un doctor de Harvard dictamina que Munk utilizaba las ficciones del autor polaco para encontrarle un sentido a su vida. Se creía el personaje de una gran historia y los libros (the printed word) eran su universo. 



Ante todo, Munk es un lector, igual que Renzi y la doctora Brown. Los tres usan la lectura para actuar. En este punto, Piglia retoma la idea expuesta en El último lector, acerca de que el detective es un gran lector y esta facultad le permite descubrir los crímenes, al ser capaz de detectar signos que indican un trazo sobre el probable delincuente. La mayoría de los mortales captan un relato y algunos matices en lo que leen, pero los detectives, a través de una lectura lenta y minuciosa, son capaces de ver algo distinto. Poe, creador del género policiaco, fue quien primero expuso esta idea, mediante la figura del detective Dupin. 

Siguiendo el estilo del autor de La carta robada, Piglia parece crear la novela con la idea de que el detective descubra al criminal por un texto. Sólo que el detective, Renzi, es un periodista y académico que, además, no es el lector original, sino que sigue con cuidado la lectura de otra persona, Ida Brown, quien señala las ideas en la novela de Conrad asociadas con el presunto delincuente. Pero el escritor argentino complica la historia y deja entrever la posibilidad de que la segunda lectura de Renzi puede estar equivocada y la conexión entre El agente secreto y el profesor Munk es de otra naturaleza. 

La tarea del detective de descifrar los hechos -en este caso y contrario a la tradición- está condicionada por la lectura de otra persona, quien a su vez podría estar influenciada por otro lector y así sucesivamente. Este encadenamiento de lecturas superpuestas podría servir de metáfora para explicar cómo se impone la hegemonía, pero esa es otra cuestión que alguna vez se pretenderá discutir en otro espacio.   

Como consecuencia de las investigaciones de Renzi -quien deja cabos sueltos siguiendo el dictado de su creador- aparece la duda de si Munk es un asesino solitario o el miembro prominente de una organización anarquista. De acuerdo a la interpretación que se elija, Ida podría ser víctima o culpable. La novela es, entonces, un instrumento para polemizar acerca de la cuestión sobre lo que está detrás de un acto homicida que conmociona a la sociedad: un motivo individual o una conspiración. 

En la ficción de Piglia, nada se afirma o se niega. En la realidad sucede lo mismo y ello queda ilustrado con dos casos emblemáticos: los asesinatos del presidente Kennedy y el candidato presidencial Colosio. La segunda parte de este texto se centrará en el mexicano, por cuestiones de contemporaneidad y porque la historia del escritor argentino se sitúa en el año de 1994. 


Paquidermo

Una persona especialista en asuntos de hegemonía me comentó que Gandhi podría ser el ejemplo de un individuo que desafía con éxito al Estado; en este caso, el imperio Británico. Mejor aún, me dijo, el líder hindú revirtió la dominación por medios pacíficos, sin derramar una gota de sangre. Alguien podría argumentar que Gandhi no actuó solo, sino que fue un líder y requirió el esfuerzo de muchos para lograr su cometido.

En cuanto al Camino de Ida, Piglia comparte, en una entrevista con el escritor Patricio Pron publicada por Letras Libres en noviembre de 2013, una posible interpretación de su novela, cortesía de unas amigas suyas: Renzi es seducido por Ida para reclutarlo en la organización de Munk. Por supuesto, el argentino no desacredita esta versión. Cabe agregar que la novela está inspirada en las estancias de Piglia como profesor invitado en la Universidad de Princeton.