jueves, 30 de abril de 2015

Tabucchi y los perdedores



Cada vez que viajo tengo la intención de escribir un diario para consignar impresiones, anécdotas, sentimientos, diálogos y encuentros decisivos con el destino. Pero nunca lo hago. Llevo una libreta de “bolsillo” guardada en la mochila y ahí se queda hasta el regreso, con las páginas blancas relucientes. Es que no hay tiempo, me digo, si hay tanto que ver. Aunque la verdad es por falta de ganas. Los escasos momentos a solas y en sosiego son para dormir. En ocasiones, viajando solo, he escrito sobre el viaje en la libreta minúscula  y, con frustración, noto que lo apuntado le resta brillo o extrañeza a lo vivido. Para qué escribir si el viaje ya es en sí mismo un ejercicio literario, el mejor posible, concluyo. 

Esta idea sobre lo redundante de escribir durante un viaje me fue desmentida al leer Dama de Porto Pim de Antonio Tabucchi, donde con trazos breves y prosa de orfebre se adentra en la intimidad de las remotas islas Azores, y ofrece al lector historias intrigantes sobre un lugar en el que uno se imagina que lo único que pasa es el vuelo de las gaviotas sobre el mar en la costa de alguna de las nueve islas que conforman el archipiélago portugués (“montes de fuego, viento y soledad”, describió las islas en el siglo XVI uno de los primeros viajeros). El libro no es un diario de viaje sino una serie de fragmentos y cuentos cortos que aluden constantemente al mamífero que atrae las miradas extranjeras hacia el archipiélago: la ballena. El cetáceo colosal, figura casi mítica en la literatura, oro de los mares y arquetipo de la majestuosa incomprensión que tenemos de nuestra naturaleza. 

La fijación con la ballena es tal que Tabucchi escribe un fragmento imaginando cómo vería este animal a los hombres, siguiendo su viejo vicio de espiar las cosas desde el otro lado, como apunta en el prólogo. La literatura puede llegar a esos extremos y no parecer ridícula (aunque sí un tanto pretenciosa). La ballena surca los mares y mira de reojo a los seres humanos: “qué poco redondos son, sin la majestuosidad de las formas consumadas y suficientes, pero con una minúscula cabeza móvil en la que parece concentrarse toda su extraña vida”. Los mira de nuevo, en sus barcas, navegando al acecho de su carne que atacan con un objeto largo y filoso. Durante la noche duermen o contemplan la luna y la ballena puede observarlos a la deriva, mientras sus lanchas pasan cerca de ella. “Se alejan deslizándose en silencio y es evidente que están tristes.”

La única sección del libro que semeja un diario de viaje es cuando Tabucchi narra su participación como observador en la caza de una ballena, relato intenso y minucioso que describe un acto sangriento pero realizado con nobleza, contradicción que condensa la intriga de las demás historias de Porto Pim. ¿Porqué decidió participar en esta jornada?, le pregunta el patrón ballenero y el escritor italiano responde “por pura curiosidad”. Ambos platican un rato más después de la caza y el ballenero le cuenta de sus hijos que emigaron al Continente Americano y a quienes no ve desde hace seis años. Una vez volvieron pero no quiso irse con ellos, porque él quisiera morirse allí en las islas, su casa. Ante ese guiño de confianza, el escritor italiano le confiesa que en realidad acudió a ver la caza porque tanto el ballenero como la ballena están, al parecer, en extinción. 



Más alla de las ballenas, el interés de Tabucchi es contar historias breves sobre los pobladores de las islas, gente que conoce u observa durante su viaje o de quien se entera al investigar más sobre las Azores (al respecto, el escritor italiano incluye una bibliografía al final con libros de viajes de las islas que informan al suyo, de entre los que sobresale Sailing Alone Around the World de 1900 de un tal Capitán Joshua Slocum). Entre ellas se encuentra la historia de Antero de Quental, poeta portugués del siglo XIX, quien a mitad de su vida se suicida porque –dice la contraportada− descubrió la existencia de la nada, otra contradicción que sala la intriga.  Y el diálogo arcano entre una pareja que Tabucchi observa, donde el pobre iluso se regodea de su prestigio y pierde a su mujer en cubierta al arribar a una de las islas del archipiélago. 

La mejor historia, sin embargo, es la que da título al libro, transcripción de una historia relatada al novelista italiano por el músico de uno de los bares de la isla de Porto Pim. Relato de infortunio y perdición traídos por la belleza de una dama que subyugó el destino del juglar relator. Lucas Eduino se llamaba aquél músico local dedicado a cantar canciones folclóricas para los turistas. La segunda vez que Tabucchi lo invitó a beber, Lucas decidió contarle su historia porque notó que el italiano estaba buscando algo y, además, sabía apreciar la belleza de las mujeres. Por aquélla dama, Lucas cambió su oficio natural de ballenero por el de músico, abandonó a su familia y se volvió un traidor. “¿Tú sabes lo que es la traición?”, le pregunta en una parte a su interlocutor, “la traición, la de verdad, es cuando sientes vergüenza y desearías ser otro.” Al final, como es de esperarse, se quedó solo y confinado a un oficio que supuso temporal. Tiempo después, uno de sus hermanos que emigró a América, como muchos en Azores, regresó para visitarlo y convencerlo de que se fuera con él, asegurándole que allá había trabajo para todos y era más fácil vivir. “¿Qué quiere decir una vida fácil, cuando la vida ya ha sido?,” se lamenta Lucas. 

En alguna entrevista, Tabucchi explicó que sus libros son sobre los perdedores, aquéllas personas que erraron el camino, pero que están empeñadas en seguir buscando. Como en muchas historias de la vida, en las de Dama de Porto Pim no hay finales felices. Hay, más bien, soledad e intrigas alimentadas por las contradicciones que agrietan y sostienen la vida, donde no hay brújulas precisas para distinguir el bien del mal. 




Paquidermo



Dama de Porto Pim fue publicado en 1984, diez años antes de Sostiene Pereira, el libro más popular de Antonio Tabucchi, del cual se hizo una película con el mismo nombre dirigida por Roberto Faenza con música de Ennio Morricone, y con el gran Marcello Mastroiainni en una de sus últimas películas en el papel de Pereira. 

Aparte de las historias sobre ballenas y aldeanos de las Azores, Dama de Porto Pim incluye un cuento borgeano “Hespérides. Sueño en forma de carta”. El sueño inicia con una línea que parece haber sido dicha por el Capitán Ahab en la ultratumba:



Después de haber surcado las aguas durante muchos días y muchas noches, he comprendido que el Occidente no tiene fin sino que sigue desplazándose con nosotros, y que podemos perseguirle a nuestro antojo sin jamás alcanzarle.



domingo, 29 de marzo de 2015

Transtromer and the philosopher’s stone



A poet winning the Nobel Prize of Literature is something that almost never happens. The last time it did was on 2011. That year, the Swedish poet Thomas Transtromer, who used to live very close from the Swedish Academy, obtained the award. I hardly ever read poetry. I guess I lack the guts and composure to immerse myself in a literary exercise that is far more challenging than novels and short stories. Or perhaps is just a matter of building a habit. Of course, many great novels and short stories are founded on poetry, but their structure and breath are different from poems.

Transtromer passed away on the 26th of March of this year and the cultural sections or literary supplements of many newspapers around the world published profiles and comments about his work. Among them, I found a note in the New York Times that contained the poem “Further In”, which was published in 1973 in his book Paths. Its descriptive reflection is astonishing. In 27 lines, the poet synthesizes the essence of stories contained in fantasy books such as J.K. Rowling’s Harry Potter saga or J.R.R. Tolkien’s Lord of the Rings trilogy. Dragons, fire, a forest, footprints and stones are included in a rhyme that flows from a daily scene (the traffic in a city at sunset) to a dream-like journey at the encounter of an object that transmutes reality. Here’s the poem:

On the main road into the city
when the sun is low.
The traffic thickens, crawls.
It is a sluggish dragon glittering.
I am one of the dragon’s scales.
Suddenly the red sun is
right in the middle of the windshield
streaming in.
I am transparent
and writing becomes visible
inside me
words in invisible ink
that appear
when the paper is held to the fire!
I know I must get far away
straight through the city and then
further until it is time to go out
and walk far into the forest.
Walk in the footprints of the badger.
It gets dark, difficult to see.
In there on the moss lie stones.
One of the stones is precious.
It can change everything
it can make the darkness shine.
It is a switch for the whole country.
Everything depends on it.
Look at it, touch it ...

A rather worn-out metaphor states that the work of a good poet brings light to the shadows where common men reside. For instance, the Academy said that Transtromer was awarded the prize because “through his condensed, translucent images, he gives us fresh access to reality.” I remember that a Mexican writer used to say that Pablo Neruda was the King Midas of Hispanic poetry. It seems great poets are the owners of a sort of philosopher’s stone, which can be either a blessing or a curse.