domingo, 11 de mayo de 2014

Piglia, la hegemonía y el asesino solitario - tercera parte: el teatro en la fiscalía



En la primera y segunda partes de esta serie se discutió la posibilidad de que un solo hombre desafiara la hegemonía del estado, tomando como ejemplo inicial la historia que cuenta Piglia en su más reciente novela, El camino de Ida. Después, uní este relato con dos casos reales muy conocidos y analizados hasta el hartazgo: Kennedy y Colosio. Ambos fueron ejecutados por presuntos asesinos solitarios, quienes, en su delirio y movidos por vagas ideas políticas, optaron por acabar con dos personas que representaban el poder hegemónico del Estado. Las versiones oficiales concluyeron que los asesinatos fueron realizados por un par de dementes que lograron cimbrar los valores de civilidad y armonía tan protegidos por los gobiernos desafiados, pero, por fortuna, no pudieron romper el orden terso creado por la hegemonía oficial en beneficio de sus ciudadanos. 

Los sucesos fueron una especie de amargo despertar a un tipo de violencia inusitada, de la cual ni los más poderosos estaban a salvo y aquéllo era, en términos crudos, un golpe mortal a la estructura del Estado; no obstante, la solidez de las instituciones estatales permitió mantener el pacto social entre gobernados y gobernantes. Por otra parte, los asesinos fueron quizá producto del mismo sistema que, por supuesto, tiene sus fallas y, desde una perspectiva optimista, la violencia sirvió para mejorar algunos aspectos como, por ejemplo, ¿la calidad de la democracia? o ¿las libertades civiles? Con el paso del tiempo, eso es lo que argumentará la historia escrita por los vencedores: fue una tragedia, pero fue por el bien de la sociedad y del régimen. 

La versión alterna ­-y contraria a la verdad impuesta por el poder-­ sostiene que los magnicidios no fueron producto de un desafío a la hegemonía, sino de una conspiración urdida en las entrañas de la cúpula política donde grupos antagónicos se disputaron el poder, al más puro estilo de los dramas de Shakespeare. De esta forma, la hegemonía presenta estos casos como amenazas externas, cuando en realidad son conflictos sanguinarios entre sus élites, en los cuales el Estado nunca estuvo en peligro y, donde hubo, más bien, un reacomodo entre los grupos que actúan en su nombre.  La idea del complot, predeciblemente, es rechazada por el gobierno, quien acusa de resentidos sociales a los que están detrás de estas versiones. “Invenciones fantasmagóricas”, diría el ex presidente mexicano Carlos Salinas, como calificó las versiones de Camacho Solís en relación a su actitud ante la guerrilla zapatista (ver la entrevista que le hizo el periódico mexicano El Universal el 10 de febrero de 2014). 

Al respecto, uno de los principales conflictos que precedieron al magnicidio de Colosio fue el nombramiento de Manuel Camacho Solís como comisionado por la paz en Chiapas, el cual fue interpretado como señal de que el nombrado era el verdadero candidato presidencial y que, tan pronto terminaran las negociaciones con el ejército zapatista, sustituiría a Colosio quien, por otra parte, intentaba animar sin éxito su desangelada campaña presidencial. La rivalidad entre Colosio y Camacho se hizo pública cuando el segundo no ocultó su rechazo ante el nombramiento de Luis Donaldo como candidato oficial en noviembre de 1993. Lo anterior fue conocido como ‘el berrinche de Camacho’.

Al final de la anterior entrada (la segunda parte de esta entrega), escribí que daría ejemplos de cómo las autoridades se deslindan de cualquier responsabilidad cuando son interrogadas por los cuerpos judiciales. Para ello, utilizaré fragmentos de los interrogatorios a los políticos de mayor peso en ese entonces. Esta información fue rescatada y presentada por Héctor de Mauleón, en un artículo titulado “Los papeles del fiscal”, publicado en enero de 2014 en la revista Nexos. Según el escritor mexicano, la fiscalía especial encargada de investigar el magnicidio en 1996 interrogó durante 12 horas a Salinas con 397 preguntas; Camacho Solís respondió 111; Córdoba Montoya, conocido como el ex superasesor presidencial y ‘mano izquierda’ de Salinas, contestó 197; el sucesor de Salinas, Ernesto Zedillo, enfrentó 35 preguntas y el ex presidente Luis Echeverría (1970-1976) dio trámite a sólo 15 cuestiones. Todos pertenecieron al Partido Revolucionario Institucional (PRI), menos Camacho Solís que renunció al partido en 1995. En general, las respuestas no ofrecen información nueva o distinta y, en las preguntas ‘comprometedoras’, como aquéllas que indagan sobre lo sucedido el día del atentado, los participantes se deslindan de forma tajante con respuestas que incurren en el humor involuntario, amparadas en su habitual aliado: la impunidad.  



El producto de los interrogatorios podría servir para crear una comedia bajo el lema:  ‘si supe de algo, en realidad fue nada; los gobernantes andamos tan confundidos como los ciudadanos por la falta (o ¿el exceso?) de información.’ Con todo, hay algunas respuestas que por sus negaciones o su austeridad en detalles revelan grietas en el discurso hegemónico del asesino solitario. Contrario a Thomas Munk, el huraño terrorista de la novela de Piglia quien al ser interrogado ‘ni afirma ni niega’ nada, lo que dicen los políticos cuestionados por la fiscalía especial no es convincente y a veces parece que afirman negando o niegan afirmando.


He aquí unos ejemplos:

Cuestión 1: El comisionado por la paz y la candidatura disfrazada.

Salinas: El nombramiento de Camacho no rompió con las reglas no escritas del PRI y representó una solución diferente para el hecho inédito de enfrentar una guerrilla. No quise aclarar las versiones de la candidatura alterna porque esto contribuiría a hacer ‘más grande’ el tema en los medios. Cuando Camacho me anunció que haría una declaración pública en la que señalaría a los grupos contrarios a su labor como comisionado (y que, entre líneas, estaban contra su presunta candidatura, pero esto no lo dice Salinas), le dije que si hacía eso lo removería de su puesto. 

Camacho: Yo no estaba en contra de la candidatura de Colosio, sino contra el grupo de interés que estaba detrás de él, conformado por ‘personajes políticos con muchísimas alianzas: Raúl Salinas (hermano del ex presidente), José Córdoba (jefe de la Oficina de la Presidencia), Emilio Gamboa (Secretario de Comunicaciones y Transportes) y otros.’ Incluso, una gente de mi confianza me contó que, en una comida, Raúl Zorrilla, colaborador de Gamboa, afirmó que si ‘Camacho seguía con su protagonismo lo iban a tener que matar.’ ‘El candidato de Raúl Salinas siempre fue Colosio. Desconfiaba profundamente de Pedro Aspe (Secretario de Economía) y de mí.’ Yo pensaba, por información que me llegaba al respecto, que Raúl estaba ligado con actos de corrupción y se lo hice saber al presidente, pero él me respondió que hablara con su hermano, lo cual hice y Raúl negó por completo los hechos. 

Salinas: ‘No conocí que estas personas formaran un grupo así,’ respondió el ex presidente a la pregunta de si sabía que estos personajes y otros, como Manlio Fabio Beltrones (gobernador de Sonora en ese entonces y señalado después por el gobierno de Estados Unidos de tener vínculos con el narcotráfico) estaban contra Camacho Solís. Tampoco supe quién era el candidato de estas personas.

Camacho: Yo no era el hombre de Salinas, quien dijo que yo había hecho un capricho, pero ese adjetivo se ‘repite a lo largo de la historia de nuestro país siempre que hay una diferencia con el poder’. 

Zedillo: Elegir a Camacho para ocupar el puesto de comisionado por la paz fue muy desafortunado. ‘Una vez más había tenido éxito la táctica de Camacho de atemorizar al presidente con la real o supuesta gravedad de algún problema, para luego postularse a sí mismo como el único capaz de resolverlo’. Estuve presente cuando Salinas habló por teléfono con Camacho sobre la candidatura de Colosio y en la que el funcionario le expresó su molestia e incluso no quiso felicitar al candidato. Después, en febrero de 1994, le recordé a Salinas esta actitud de Camacho y le comenté que él no sería capaz de resolver lo de Chiapas. El presidente me respondió molesto algo así como que ‘lo único que quería era ver a Donaldo sentado en la silla el primero de diciembre.’ Un día antes del asesinato de Colosio, Camacho declaró en la prensa que no aspiraba a la candidatura presidencial. Me quedó la impresión de que el propio Salinas acordó con él esta declaración. 

Córdoba Montoya: Colosio me comentó que el nombramiento de Camacho no le había molestado. Lo que lo incomodó fue la manera en que se dio. ‘Es un golpe para mi campaña’, me dijo. A Salinas le manifesté que Camacho tenía las cualidades para ese puesto, pero su resurgimiento podía ser ‘factor de confusión.’ Por otro lado, ‘yo no puedo juzgar si se rompió o no con la llamada ortodoxia política.’ En cuanto a la existencia de algún grupo de interés, ‘recuerdo la mención a ciertas personas que según Camacho representaban una línea dura dentro del PRI y propiciaban comentarios adversos hacia él.’ 


Cuestión 2: El discurso de Colosio y la presunta ruptura.

Salinas: En general, no seguía a detalle la campaña presidencial porque estaba enfrentando otros problemas. Con Colosio, ‘no hubo tema fundamental en el que no nos hubiéramos puesto de acuerdo.’ El discurso del 6 de marzo de 1994 no me molestó ni pensé que ‘lesionaba’ mi imagen como presidente. Lo único que le comenté al licenciado Colosio fue que, en lo que había dicho sobre las facultades presidenciales, ‘no era bueno rechazar facultades que después iba a necesitar.’ Sobre la sospecha de que el doctor Córdoba intervenía en la campaña presidencial, ‘no conocí ninguna influencia’ de su parte.

Zedillo: El discurso del 6 de marzo fue el mejor programado y no fue un mensaje de ruptura con el presidente. No fue planteado así porque sencillamente ‘no era conveniente desde el punto de vista electoral.’ Tampoco conocí la opinión de Salinas al respecto, pero sé que el presidente le envió a Colosio una encuesta de presidencia donde se mostraba el efecto favorable del discurso en las preferencias de voto. La viuda de Colosio, Diana Laura Riojas, nunca me comentó nada sobre el discurso que, por otra parte, reflejaba lo que nos indicaban los estudios de opinión: ‘un deseo de la gente de tener una suerte de cambio con continuidad.’ 

Córdoba Montoya: ‘Mis funciones eran de asesoría y apoyo técnico. Esa es la naturaleza de todo trabajo de asesor.’ Nunca le hice una sugerencia expresa al licenciado Colosio sobre el contenido de su discurso del 6 de marzo, y ‘nunca le mandé personalmente ningún documento’. Además, no intervine ‘en lo más mínimo’ en las decisiones de la campaña. ‘Mi relación con Colosio en esos meses era estrictamente de amigo.’ Por otra parte, jamás fungí como mensajero entre el presidente Salinas y el licenciado Colosio. 

Camacho: ‘El doctor Córdoba tenía influencia en todas las principales actividades del gobierno. En los asuntos políticos, las decisiones del PRI se tomaban en su oficina; por ahí pasaban los documentos principales.’




Cuestión 3: El día del asesinato y sus secuelas.

Salinas: Me enteré del atentado contra Colosio después de un acto agrario en el Salón Vicente Guerrero de la oficina de Los Pinos. Fui notificado por el jefe del Estado Mayor Presidencial y por el doctor Córdoba. Busqué al gobernador de Baja California (la jurisdicción donde se encuentra Tijuana, lugar del magnicidio), pero me dijeron que no estaba en su estado. Entonces, estando presente en mi despacho el doctor Zedillo, me comuniqué con Beltrones, el gobernador de Sonora, ‘para pedirle que siendo el más cercano al lugar de los hechos se trasladara a la ciudad de Tijuana, cosa que hizo.’ ‘No recuerdo el detalle de la conversación. No recuerdo que me haya visitado en Los Pinos, porque las siguientes horas fueron muy intensas’. El procurador general de la República (quien fue elegido directamente por el presidente con la ratificación del Senado, controlado por el PRI en ese entonces), Diego Valadés, me hizo saber que el autor del disparo sobre Colosio, Mario Aburto, había llegado a la ciudad de México para ser recluido en prisión. No recuerdo que nadie me haya precisado quiénes acompañaron a Aburto en su traslado desde Tijuana. Después, Valadés visitó al gobernador de Baja California, Ernesto Ruffo (uno de los primeros gobernadores emanados del Partido Acción Nacional, antagónico al PRI) y le pidió, primero, que no estuviera presente su procurador en la conversación, ‘porque tenía elementos para suponer que había presencia del narcotráfico en la procuraduría estatal’. Ruffo se molestó, pero accedió a ‘que se ausentara su procurador’. Lo segundo que le pidió Valadés fue que era necesario ejercer la facultad de atracción para investigar el asesinato. El gobernador ‘accedió de muy buena voluntad’. ‘La atracción se ejerció porque se trataba de la muerte violenta del candidato del PRI a la presidencia, hecho inédito en la historia del país.’  

Zedillo: El 23 de marzo del 94 hablé con Colosio antes de que partiera a Tijuana, como a las tres de la tarde. ‘Me comentó que su llamada con el licenciado Salinas había sido muy grata. Estaba satisfecho y contento por eso y por los resultados de su gira’ (un día antes, Camacho declaró públicamente que no aspiraría a la presidencia). No asistí a la gira por Baja California porque ‘desde el inicio de la campaña acordé con el licenciado Colosio que ni yo ni sus asesores directos lo acompañaríamos en las giras de campaña’. Presencié cuando la noche del 23 de marzo, el licenciado Salinas le pidió a Beltrones que fuera a Tijuana. ‘No recuerdo’ que el presidente haya mencionado ‘una causa especial’ para pedir la intervención del gobernador de Sonora. 

Córdoba Montoya: Me encontraba en mi oficina cuando fui informado sobre el atentado. ‘Me llegaron varias llamadas, tomé la que me pareció más importante: la de Ernesto Zedillo (amigo personal de Córdoba y de quien, en otra parte del interrogatorio, dice haber evitado deliberadamente mantener una relación durante la campaña de Colosio por la naturaleza de su amistad). ‘Me dijo que estaba recibiendo varias llamadas sobre un atentado que acababa de ocurrir en Tijuana. Me preguntó qué sabía.’ Investigué con el jefe del Estado Mayor Presidencial, que estaba en la planta baja, en el acto agrario con el presidente. Minutos después me confirmó el hecho que, a su vez, se lo comunicamos al licenciado Salinas, quien reaccionó consternado y conmocionado. Por otro lado, yo no tuve participación de ‘ninguna índole’ en la designación del general García Reyes (responsable del equipo de seguridad de Colosio). Se dijo que el Estado Mayor Presidencial dependía de mi oficina y, por ende, García Reyes también dependía de mí. Chapa Bezanilla, anterior fiscal del caso Colosio, explicó en una entrevista que esto respondía a un acuerdo administrativo, lo cual es totalmente falso. El fiscal estuvo mal informado por sus asesores y ‘no tuvo oportunidad de leer personalmente el acuerdo al que se refería’. 

Salinas: La versión de que el asesinato fue un complot de Estado orquestado por la presidencia me pareció tan descabellada, tan ofensiva y tan ajena a los hechos que por eso insistí, también, en ‘dar todas las facilidades a la fiscalía especial.’ No recuerdo, tampoco, haber tenido reportes del Centro de Información y Seguridad Nacional (la agencia de inteligencia mexicana) sobre anónimos informando que ‘querían matar al candidato.’ Sí conozco, por otro lado, a quienes resultamos dañados por la muerte de Colosio, quienes ‘durante años nos formamos juntos y trabajamos con aspiraciones comunes.’ Los resentidos con mi gobierno eran, fundamentalmente, los que estaban contra el proyecto de modernización y cambio. Desconozco si el ingeniero Raúl Salinas visitó a la viuda del candidato después del homicidio. 

Camacho: No supe de persona o grupo político que pudiera estar en desacuerdo con la candidatura de Colosio. ‘Yo nunca he confundido una lucha política con una conducta criminal’. Sobre el complot de Estado, ‘he aprendido que uno no puede guiarse en el gobierno por apreciaciones, sino a partir de los hechos. Yo no podía sacar en el momento ninguna conclusión porque no tenía información relevante.’ Por otra parte, no sé por qué Mario Aburto pidió hablar conmigo. Eso lo dijo Beltrones.

Córdoba Montoya: Ignoro la naturaleza de las instrucciones que dio el licenciado Salinas horas después de enterarse del asesinato. Momentos posteriores a la noticia, conversé de manera informal con el gabinete económico sobre las ‘opciones de manejo bancario y cambiario que convenía someter a consideración del presidente.’ Es un disparate y un infundio la aseveración de que yo le exigí a Colosio renunciar a la candidatura. Tampoco supe que ‘nadie le haya jamás pedido dicha renuncia.’ Si la presidencia no desmintió esto fue porque ‘a veces el costo de aclarar versiones periodísticas sin fundamento es superior al costo de dejarlas pasar.’ Cambiando de tema, el licenciado Salinas me dijo que había visitado a la viuda de Colosio en su casa, aunque ‘no me comentó el contenido de ese encuentro, más allá de la fuerte carga emotiva del mismo.’ A ella le di las condolencias el día del velorio, pero no busqué verla con posterioridad. ‘Le recuerdo que me retiré del cargo el 30 de marzo, salí del país y me desvinculé deliberadamente de la política.’ (El doctor Córdoba renunció porque, según explica en otra parte del interrogatorio, el presidente le dijo que por la complejidad de la situación política y por su cercanía con el candidato sustituto, Ernesto Zedillo, ‘era inconveniente que permaneciera en el país’. Aceptó, sin discutir, su nombramiento como representante de México en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pero abandonó su puesto en 1995 a solicitud el secretario de Hacienda mexicano, ya que fue el responsable de aprobar un préstamo del BID para ayudar a México en la aguda crisis financiera que vivía entonces, y esto perjudicaba al gobierno ante la opinión pública).  

Echeverría: Yo nunca tuve diferencias con el licenciado Salinas, ‘en primer lugar porque yo conozco a fondo las responsabilidades de ser presidente y porque él ordenó que cuatro de mis hijos fueran designados para cargos públicos, lo cual le agradecí siempre.’ Tampoco estaba en contra del proyecto de modernización y apertura económica, porque ‘conozco los cambios del mundo.’ 



Algunas consideraciones

El primer fiscal designado para investigar el magnicidio, Miguel Montes, argumentó que se trataba, sin duda, de un complot; sin embargo, pocos meses después cambió su versión por la del asesino solitario. Para la viuda del candidato, Diana Laura Riojas, este cambio de opinión fue ‘poco convincente.' Tres personas más fueron nombradas, sucesivamente, fiscales. El último fue Luis Raúl González Pérez, quien tomó el caso en 1996 y concluyó que todo había sido producto de un asesino solitario. Recientemente y con motivo del 20 aniversario del asesinato, Beltrones, ahora coordinador de los diputados del PRI en la Cámara de Diputados, consideró que las tres primeras investigaciones fueron "accidentadas" y "deficientes" (Proceso, núm. 1951), pero la última fue la más 'apegada a los lamentables hechos', a pesar de ser la menos aceptada ("In Memorian: Lloré, creí que ya se me había olvidado hacerlo", texto escrito por Beltrones en recuerdo del asesinato).

Como puede verse en las respuestas, ninguno de los políticos interrogados dice tener información relevante y cuando la fiscalía les pide entrar en detalles sobre conversaciones o eventos clave, dicen no recordar nada. El mejor ejemplo es Salinas en las horas posteriores a la noticia del asesinato: simula ser un actor secundario, un peón en un tablero donde es el rey. Algo parecido sucede con Córdoba Montoya, sólo que él sería el equivalente a la reina o a un alfil, en el peor de los casos. 

Por otro lado, la mayor parte de las respuestas usadas en los ejemplos están parafraseadas con el fin de darle fluidez al texto. Las citas literales están entrecomillas. Ordené por temas lo que contestó cada político para mostrar que entre los interrogatorios existe una narrativa que funciona a través de los diálogos, al modo de una pieza teatral. Mauleón opina que en este documento se encuentra la novela no escrita sobre una época en la que los abusos y la soberbia de la clase política tocaron fondo. Serviría, además, para retratar los usos y costumbres del priismo, narrados por él mismo. Para mí, este relato debería ser escrito en el registro humorístico de Jorge Ibargüengoitia, para hacer notar con ironía las contradicciones y las mentiras que caracterizan al discurso hegemónico. 

Actualmente, Salinas de Gortari vive cómodamente en la ciudad de México, igual que Luis Echeverría. Camacho Solís es senador del Partido de la Revolución Democrática (PRD); Zedillo trabaja en la Universidad de Yale y es miembro del consejo directivo de Citigroup; y Córdoba Montoya es asesor personal de Luis Téllez, presidente de la Bolsa Mexicana de Valores. Colosio fue elevado a la figura de héroe nacional. En cuanto a los personajes del grupo de interés que señaló Camacho en el interrogatorio, Beltrones es diputado (como ya se mencionó líneas arriba); Emilio Gamboa es el coordinador de la fracción parlamentaria del PRI en la Cámara de Senadores; y Raúl Salinas estuvo en la cárcel de Almoloya de 1995 a 2005, acusado de ser el autor intelectual del asesinato de su cuñado José Francisco Ruiz Massieu, líder de los diputados del PRI en 1994 (¿en represalia contra el homicidio de Colosio, su supuesto candidato?). En 2013 le fueron devueltos sus bienes y su fortuna, al no poder comprobarse su ‘procedencia ilícita.’

Paquidermo

Las fuentes usadas en la segunda parte de esta serie que me faltó agregar son: “Los Idus de Marzo” de Enrique Krauze, publicado en Letras Libres en marzo de 1999; y “Las 18 versiones de Mario Aburto” de Carlos Marín, publicado en Nexos en marzo de 2014. Lo demás es producto de distintas lecturas a través del tiempo. A 20 años del magnicidio, la versión del asesino solitario es considerada la más sólida. Con el paso del tiempo, la verdad expuesta por la hegemonía es aceptada y los cuestionamientos o críticas son considerados invenciones descabelladas, delirios o calumnias asestadas por tipos revanchistas. En el extremo, son resentidos que atentan contra la unidad nacional. Sin embargo, las dudas persisten.

Por ejemplo, en el aniversario de los 50 años del asesinato de Kennedy, la revista The Economist presentó una encuesta en su número del 23 de noviembre de 2013 sobre los motivos del magnicidio. En 2013, 61% de los encuestados pensaban que había un complot detrás del homicidio, mientras que alrededor del 30% creía que un solo hombre lo había hecho (el resto no contestó o no sabía). La tendencia mostrada de 1963 a 2013 indica que la percepción detrás del asesino solitario va en aumento y la del complot va disminuyendo. Quizá dentro de 50 años, más del 60% creerá que todo fue producto de un solo asesino. Sería interesante hacer una encuesta similar en el 50 aniversario del asesinato de Colosio.