martes, 20 de agosto de 2013

Bolaño, humorista de ley



La carta
París, Fancia, miércoles,



Comienzo con un postulado incuestionable: el origen de cualquier enfermedad es atribuible a un desorden de los nervios. Los virus, bacterias y demás agentes externos –sin olvidar, claro, las internas malformaciones celulares ̶  hacen su labor perniciosa en el cuerpo humano gracias a que los nervios desorientados les permiten entrar al organismo, como ingenuos anfitriones que abren la puerta sin antes averiguar la procedencia del visitante. Hay una actitud cortés irremediable en los nervios, cabe mencionar. Sobre las enfermedades que se crean sin un elemento externo claramente identificable, debo aceptar que aún no ha sido dado explicar qué mecanismo interno las genera. Sin embargo, no anula el hecho de que los nervios son también la fuente de ese proceso. Tampoco se sabe bien quién provoca este desarreglo, si el ambiente, Dios, el destino... el caso es que nos reduce a meras marionetas. Este postulado no lo descubrí yo ni mucho menos. Lo último que quiero es hacer creer que soy una especie de inventor o científico. Nada más ajeno a mis intenciones… 

El descubrimiento, que ha otorgado beneficios invaluables a la ciencia médica, lo hizo el francés Franz Mesmer en el siglo XVIII, quien procedió a fundar el Mesmerismo o “magnetismo animal”. Recomiendo, al respecto, su visionario libro Breve historia del magnetismo animal. Por mis indagaciones personales, me enteré de que el mentor de Franz se llamaba Infierno (Hell, en su idioma original) y no es gracia. No sé bien porqué, pero Hell era sacerdote protestante... Pero bueno, las enseñanzas de Mesmer me fueron inculcadas por mi maestro, el apreciable Paul Rivette, hace ya unos años. Como puede verse, soy sólo un discípulo y afortunado practicante del mesmerismo. Se me considera un alumno aventajado del maestro Rivette, junto con mis colegas Terzeff y Pleumeur-Bodou, aunque no niego que hay muchos aspectos por mejorar en mi técnica de hipnosis. A fin de cuentas, y esto lo sabe cualquier practicante comprometido, el mesmerismo es tan complejo que se pierde toda la vida en aprenderlo. No obstante, agrego que ya he logrado, más de una vez, sincronizar mi energía con la de mis pacientes para, así, generar el orden requerido en los nervios que les permite “expulsar” al visitante indeseado. 

La hipnosis  ̶ ¡ténganlo presente quienes la desdeñan! ̶   nos libera del yugo del titiritero, rompiendo los hilos que nos mantienen a su merced y posibilitando, de esa forma, la curación. Lo mismo les ha sucedido a mis colegas y a docenas más de aprendices. Hay evidencia, entonces, de que el magnetismo sí funciona y puede ser, incluso, más efectivo que la medicina tradicional. Pero, como en todo, existe una oposición feroz (yo diría que odio) hacia los mesmeristas de parte de los médicos seculares, reacios a cualquier cambio en sus métodos. No me sorprende… Ya lo dijo el gran Rivette: ‘no está lejos el día en que nuestra técnica logrará imponerse sobre la desgastadas fórmulas de la medicina y, entonces, los humanos podrán vivir 100 años o hasta más.’

Quiero agregar que hace no mucho tiempo, a principios de los años veinte, supe de Madame Curie por mi colega Terzeff, quien ya era famosa por haber recibido el Premio Nobel de Física. A mí, la verdad, no me impresionan estos premios, pero se supone que su descubrimiento de la radiactividad artificial reforzó la técnica del “magnetismo animal” porque ilustra la forma en que la energía se transmite entre los cuerpos, que la hipnosis induce y manipula para beneficio del paciente. Su esposo, poco antes de morir, investigaba el vínculo entre el mesmerismo y los descubrimientos de su mujer. Reconozco que no entiendo nada sobre esto y no estoy seguro de haber explicado bien el proceso que une mi arte con la teoría radioactiva. A muchos colegas les pasó algo similar con esta idea. Incluso, Terzeff, el más lúcido de nosotros, se atrevió a refutar a la señora Curie. Desconozco los argumentos que usó mi compañero y tampoco sé si fueron exitosos. Sólo sé, por algunos rumores, que Terzeff estaba enamorado de la hija de Curie, Irene-Joliot, y esto fue lo que motivó su refutación y, más tarde, lamentablemente, su suicidio… 

A propósito, soy Pierre Pain, tengo poco más de 30 años, vivo solo en París, en una modesta habitación alquilada, combatí en la Gran Guerra de 1914 y empecé a estudiar con Rivette a principios de la década de 1920. Apoyo a los republicanos en el actual conflicto civil español, aunque no he podido decidir si debería participar en las Brigadas Internacionales, como tampoco he sido capaz de dilucidar si debo cortejar a Madame Reyunad, a quien, por cierto, quedé de ver dentro de media hora en el café Bordeaux...


La novela


Pierre Pain es el protagonista de La senda de los elefantes, una de las primeras obras de Roberto Bolaño, reeditada en 1999 con el título de Monsieur Pain. La novela corta fue escrita en 1981-1982, cuando el chileno tenía alrededor de 30 años (igual que su protagonista). El argumento es simple, en apariencia: Pierre ha sido contratado por madame Reynaud para intentar curar al esposo sudamericano de una amiga suya, quien sufre de un hipo incurable, al menos desde el diagnóstico de la medicina tradicional. Monsieur Pain y su técnica mesmerista son la última esperanza del sudamericano, pero, por supuesto, los médicos se oponen a sus métodos y hacen lo posible por deshacerse del francés. De esta forma, Pain se ve envuelto en una extraña conspiración en su contra que no atina a entender. Confundido, tendrá que hacerse a un lado para ‘salvar el pellejo’, aunque su descuido y terquedad lo mantienen involucrado en el drama del paciente de hipo, cuyo desenlace lo confundirá aún más. 

La apariencia simple de la historia se va complicando y enredando por el tratamiento deliberadamente ambiguo y cómico que le da Bolaño, al punto de no saber si Pierre Pain es presa de una conspiración tramada por los médicos ortodoxos, en aras de mantener el dominio de sus métodos en la ciencia médica; o si el mesmerista es víctima de una broma, engrandecida por su estupidez y alucinaciones inducidas por sus propias técnicas hipnóticas y por una que otra borrachera. Aparte del drama médico, sin embargo, hay que considerar otras historias parciales −como la relación del protagonista con madame Reynaud, sus conversaciones con el maestro Rivette, la soledad y las andanzas de Pain por las calles de París, sus demonios y su vaga amistad con un ex colega−  que tergiversan el sentido del laberinto en que está inmerso el francés. Será labor del lector, entonces, atar cabos para dar con su propia versión. 

Como guía, la novela incluye en el epígrafe un diálogo de Revelación mesmérica de Poe que es, quizá, la clave para entender el embrollo. Copio un fragmento:

P: Me gustaría que se explicara, Mr. Vankirk
V: Quisiera hacerlo, pero requiere más esfuerzo del que me siento capaz. Usted no me interroga correctamente.
V: Debe comenzar por el prinicipio.
P: ¡El principio! Pero ¿dónde está el principio?

En lo personal, considero que la obra es una burla sobre la esperanza, ilustrada mediante la historia de un simple individuo que se las arregló como pudo en el mundo, dejando una que otra aventura de humor involuntario para el recuerdo o, de forma más cruda, un pobre diablo más, como tantos que recorren siglos.



http://upload.wikimedia.org/wikipedia/en/b/b8/MonsieurPain.jpg




Paquidermo


En la nota preliminar a Monsieur Pain, dice su autor que los sucesos narrados ocurrieron en la realidad: ‘el hipo de Vallejo, el camión –tirado por caballos− que atropelló a Curie, el último o uno de los últimos trabajos de éste estrechamente relacionado con algunos aspectos del mesmerismo, los médicos que atendieron tan mal a Vallejo. El mismo Pain es real.’ 

Agrega Bolaño, en la misma nota, que el tiempo es un humorista de ley, refiriéndose al reconocimiento y la gloria que llegan cuando menos se les espera. El humor del tiempo llegó, quizá, mucho más lejos de lo que el chileno imaginaba, ahora convertido en superestrella literaria.