martes, 3 de diciembre de 2013

Pitol y la memoria generosa




Veo un castillo que semeja una torre de babel en ruinas, asediada por un mar furioso que lo inunda y doblega. Un grupo de personas se resguarda del caos y atestigua la escena desde una colina opuesta al monumento. Sobresale un individuo que parece un Cristo: tiene el pelo largo, una especie de kipá sobre la cabeza y barba abundante, como de vagabundo al que ya nada le importa. Viste de manera elegante, con una larga capa blanca traslúcida, traje corto gris, medias y botines, que contradice la imagen común del hijo de dios ataviado humildemente con túnica clara y sandalias.  

Su condición de Cristo la confirman tres personas que se acercan a él de rodillas, casi tirados al piso, clamando piedad o auxilio. Jesucristo ofrece un brazo con disimulo e inclina ligeramente la cabeza en actitud compasiva; sin embargo, en lugar de ver a los suplicantes parece que mira a lo lejos, hacia algo fuera de la escena, como enajenado, indiferente a los ruegos. Quizá no sabe qué decir o hacer. La furia apacible del agua se acerca a la colina, pero es contenida por una espesa franja de árboles.

La torre en ruinas es la memoria y los tres miserables que caminaron al encuentro del Cristo forman una indecisa trilogía, ya que detrás de ellos, subiendo el último peldaño para llegar a la cima, hay otro que alza la vista y quizá se encuentra con los ojos del redentor... El cielo es azul y las nubes son pequeñas. Frente a la loma navega una barca improvisada con leños por donde parecen huir unos cuantos, o ¿será que van llegando al desastre, como suicidas ingenuos?

La escena, aunque trágica, está envuelta por una atmósfera serena, como de letargo de río.
- 1563, Viena.



Fuga, viaje y magia


Trilogía de la Memoria es el testamento literario del escritor mexicano Sergio Pitol, en el cual su memoria se dilata hasta la infancia para narrar su paso por la vida y la literatura. Todo inició con un viaje por unos meses a Europa para ‘desintoxicarse’ de la atmósfera de México que agobiaba al escritor cuando tenía alrededor de 30 años, pero que se convirtió, inesperadamente y por azar, en una estancia indefinida. La trilogía está conformada por El arte de la fuga, El viaje y El Mago de Viena, libros separados que fueron escritos entre 1996 y 2005 y agrupados por Anagrama en un solo libro en 2007, por considerarlos una unidad en torno a los temas de la creación y la memoria. Es una obra generosa, porque en ella su autor comparte las vivencias personales y literarias que lo formaron como escritor, los libros y autores que fueron decisivos en su estilo e imaginación, y sus intereses y pasiones, resumidos en cuatro actividades: escribir, leer, traducir y viajar. Esta tetralogía de ocupaciones está custodiada por la memoria, que permite fugarse y viajar por los recuerdos, haciendo brotar la magia de la imaginación. Como afirma Pitol:

La inspiración es el fruto más delicado de la memoria.

Magia, viaje y fuga describen a la memoria y presiden a la literatura en general. Además, sirven para describir el efecto de la capacidad narrativa del prosista, que alcanzó su mejor expresión en otra trilogía: Tríptico de Carnaval, formada por tres novelas solemnes y reveladoras de los misterios de la vida. 

Por otra parte, Pitol abre −como mago cuateloso− sus secretos de creación, narrando las circunstancias e imágenes que inspiraron sus obras, detallando su proceso de gestación y uno que otro contratiempo durante la escritura de alguna novela. Por ejemplo, El arte de la fuga incluye un diario sobre el desarrollo de la escritura del Desfile del Amor, considerada su obra cumbre por los especialistas y merecedora del Premo Herralde en 1984. Mientras consigna cada día y año, el escritor poblano va describiendo las dificultades y constantes cambios de argumento en la producción de una obra que partió de una imagen: un hombre visita un edificio viejo de ladrillos en la calle Río de Janeiro de la Colonia Roma, Ciudad de México. Explica también la introducción y el papel de nuevos personajes inspirados en personas reales que conoció en alguna fiesta, cena o conferencia, mostrando el vínculo profundo que existe entre realidad y ficción, que a veces se funden hasta hacerse indistinguibles para el novelista, como un acto de magia. De ahí que algunos escritores digan que sus personajes cobran vida propia y les dictan la historia. Por otro lado, en El Viaje relata los hechos que motivaron la creación de Domar a la Divina Garza, novela que fue gestando durante sus andanzas por Europa del Este en 1986; en particular, por la Rusia soviética en la que ya se había iniciado, a regañadientes, un proceso de apertura a la crítica.

Otra imagen generó la historia: una mujer excéntrica vestida de negro (quien será transformada en el personaje de la Garza) acude a una conferencia sobre Fernández de Lizardi que imparte Pitol en alguna universidad del Este y lanza la única pregunta, fuera de tono con la solemnidad del evento y que, a la postre, es un sonoro homenaje al humor alburero de los mexicanos. 





La trilogía abunda también en los autores que formaron al mejicano y que, en algunos casos, lo incitaron a traducir sus obras, como en el caso de los polacos Witold Gombrowicz y Jerzy Andrzejewski, desconocidos hasta entonces en el mundo hispanoparlante. Pitol aprendió el polaco y quedó deslumbrado con el estilo de ambos escritores, tan lejano a  las novelas de entonces que surcaban el imaginario ‘realista mágico’ de Latinoamérica, abrumada por el boom encabezado por García Márquez. Pitol tuvo la suerte de conocer a ambos escritores en persona y, en alguna parte del libro, narra su encuentro con Andrzejewski, personaje enigmático, quien citó al mexicano en un café de Polonia para discutir los pormenores de la traducción de Las puertas del paraíso, ofreciéndole, al final, pocas señas sobre cómo abordar la novela. Al respecto y según Enrique Vila-Matas, esta obra sirvió de modelo para la estructura de Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño, quien la consideraba su libro de cabecera.  

Además de los polacos, Pitol ensaya sobre Pérez Galdós y Gógol, a quienes considera sus ‘padres putativos’ literarios; narra su primer encuentro con la obra de Borges; visita la Viena de Bernhard; relata un penoso viaje en coche con Antonio Tabucchi; hurga en el estilo y la estructura de las obras de Henry James, Joseph Conrad, Evelyn Waugh o Flann O’Brien; elogia a Thomas Mann y a Chéjov; y agradece la amistad de Monsiváis, Pacheco y Vila-Matas.   

Cabe aclarar que Trilogía de la Memoria no es un libro de memorias ni tampoco una autobiografia. Es una mezcla entre ensayo, novela, memoria, diario o crónica que culmina en una ficción sobre la vida de un escritor. Pero el autor lo explica mejor:

Uno cree internarse en un ensayo para de pronto encontrarse en un relato, que se mutará en la crónica de una vida, el testimonio de un viajero, un lector hedonista y refinado, de un niño deslumbrado por la inmensa variedad del mundo.

Una vida dedicada a la literatura trae consigo, aunque no se desee, altas dosis de sabiduría. Pitol no se salva de este fenómeno y, a través de la trilogía, sobresale una idea: ‘Todo está en todo’ o ‘todo está en todas las cosas’. Lo anterior puede explicarse a nivel físico, donde todos los seres vivos e inanimados están formados por las mismas partículas elementales: los átomos y sus elementos (protones, neutrones y electrones). A fin de cuentas, todo está compuesto por las mismas partículas y sus variadas combinaciones e interacciones. La idea puede referirse también al hecho de que la ficción contiene a la realidad y viceversa, donde un libro se vuelve más real en la imaginación del lector porque mejora su percepción de la realidad o ésta contiene detalles tan insólitos que parece ficticia, como la sensación que se nos impone cuando observamos detenidamente una cascada o un árbol. En la literatura, la novela está en la poesía, que a su vez puede ser una crónica amorosa que ensaya sobre la importancia de las emociones, para regresar a su vez a ser una novela de las pasiones olvidadas, que se convierte en un diario sobre el cuento del pasado y su peso en el presente... Puede aludir también al pensamiento y al hecho de que todas las ideas son compartidas y ya fueron razonadas previamente por otros o que la muerte está en la vida y todas las metáforas sobre los sentimientos se corresponden con algún objeto o ser vivo: la naturaleza prefigura el arte y al revés. 

Agrega Pitol que lo importante es conectar, ligar estas ideas o cosas, ya que el conocimiento es incompleto e inexacto (siguiendo un argumento de Gombrowicz) y sólo relacionando los conceptos puede expandirse el conocimiento y entender lo que sucede, al estilo de un detective que hila los hechos y circunstancias de un crimen para obtener la ‘fotografía’ completa de la escena del atentado y, con suerte, descubrir al culpable. Las múltiples conexiones no impiden, sin embargo, que al final parezca que no sabemos nada, como ocurre a menudo con las historias que narra el mexicano. 

La trilogía es entonces un viaje y una fuga por el cosmos de Pitol, quien lo comparte generosamente a sus lectores a través de su magia creativa de humor irónico e inocente. Es también un libro indispensable para aquéllos interesados en saber cómo se forma un escritor, cómo se gesta su estilo y cuáles son las dificultades y satisfacciones que encuentra en el camino de este arduo oficio. Sirve, incluso, para obtener consejos y sugerencias sobre el arte de escribir, aunque se agradece que Pitol evite aleccionamientos.  Algo resuena en la memoria al terminar la lectura de este libro: un buen escritor es siempre un gran lector. 


Paquidermo

La vida:

Aprender el lenguaje, aprender a hablar y aprender que no tiene uno que desear ser respetado..., que la vida es otra cosa mucho más misteriosa y más sencilla – Sergio Pitol, en alguna parte de su memoria tríptica.