Cada vez que viajo tengo
la intención de escribir un diario para consignar impresiones, anécdotas,
sentimientos, diálogos y encuentros decisivos con el destino. Pero nunca lo
hago. Llevo una libreta de “bolsillo” guardada en la mochila y ahí se queda
hasta el regreso, con las páginas blancas relucientes. Es que no hay tiempo, me
digo, si hay tanto que ver. Aunque la verdad es por falta de ganas. Los escasos
momentos a solas y en sosiego son para dormir. En ocasiones, viajando solo, he
escrito sobre el viaje en la libreta minúscula
y, con frustración, noto que lo apuntado le resta brillo o extrañeza a
lo vivido. Para qué escribir si el viaje ya es en sí mismo un ejercicio
literario, el mejor posible, concluyo.
Esta idea sobre lo
redundante de escribir durante un viaje me fue desmentida al leer Dama de Porto Pim de Antonio Tabucchi, donde
con trazos breves y prosa de orfebre se adentra en la intimidad de las remotas
islas Azores, y ofrece al lector historias intrigantes sobre un lugar en el que
uno se imagina que lo único que pasa es el vuelo de las gaviotas sobre el mar
en la costa de alguna de las nueve islas que conforman el archipiélago
portugués (“montes de fuego, viento y soledad”, describió las islas en el siglo
XVI uno de los primeros viajeros). El libro no es un diario de viaje sino una
serie de fragmentos y cuentos cortos que aluden constantemente al mamífero que
atrae las miradas extranjeras hacia el archipiélago: la ballena. El cetáceo colosal,
figura casi mítica en la literatura, oro de los mares y arquetipo de la majestuosa
incomprensión que tenemos de nuestra naturaleza.
La fijación con la
ballena es tal que Tabucchi escribe un fragmento imaginando cómo vería este
animal a los hombres, siguiendo su viejo vicio de espiar las cosas desde el otro
lado, como apunta en el prólogo. La literatura puede llegar a esos extremos y
no parecer ridícula (aunque sí un tanto pretenciosa). La ballena surca los
mares y mira de reojo a los seres humanos: “qué poco redondos son, sin la
majestuosidad de las formas consumadas y suficientes, pero con una minúscula
cabeza móvil en la que parece concentrarse toda su extraña vida”. Los mira de
nuevo, en sus barcas, navegando al acecho de su carne que atacan con un objeto
largo y filoso. Durante la noche duermen o contemplan la luna y la ballena
puede observarlos a la deriva, mientras sus lanchas pasan cerca de ella. “Se
alejan deslizándose en silencio y es evidente que están tristes.”
La única sección del
libro que semeja un diario de viaje es cuando Tabucchi narra su participación
como observador en la caza de una ballena, relato intenso y minucioso que
describe un acto sangriento pero realizado con nobleza, contradicción que
condensa la intriga de las demás historias de Porto Pim. ¿Porqué decidió participar en esta jornada?, le pregunta
el patrón ballenero y el escritor italiano responde “por pura curiosidad”. Ambos
platican un rato más después de la caza y el ballenero le cuenta de sus hijos
que emigaron al Continente Americano y a quienes no ve desde hace seis años.
Una vez volvieron pero no quiso irse con ellos, porque él quisiera morirse allí
en las islas, su casa. Ante ese guiño de confianza, el escritor italiano le
confiesa que en realidad acudió a ver la caza porque tanto el ballenero como la
ballena están, al parecer, en extinción.
Más alla de las ballenas,
el interés de Tabucchi es contar historias breves sobre los pobladores de las
islas, gente que conoce u observa durante su viaje o de quien se entera al
investigar más sobre las Azores (al respecto, el escritor italiano incluye una
bibliografía al final con libros de viajes de las islas que informan al suyo,
de entre los que sobresale Sailing Alone
Around the World de 1900 de un tal Capitán Joshua Slocum). Entre ellas se
encuentra la historia de Antero de Quental, poeta portugués del siglo XIX,
quien a mitad de su vida se suicida porque –dice la contraportada− descubrió la
existencia de la nada, otra contradicción que sala la intriga. Y el diálogo arcano entre una pareja que
Tabucchi observa, donde el pobre iluso se regodea de su prestigio y pierde a su
mujer en cubierta al arribar a una de las islas del archipiélago.
La mejor historia, sin
embargo, es la que da título al libro, transcripción de una historia relatada
al novelista italiano por el músico de uno de los bares de la isla de Porto
Pim. Relato de infortunio y perdición traídos por la belleza de una dama que subyugó
el destino del juglar relator. Lucas Eduino se llamaba aquél músico local
dedicado a cantar canciones folclóricas para los turistas. La segunda vez que
Tabucchi lo invitó a beber, Lucas decidió contarle su historia porque notó que
el italiano estaba buscando algo y, además, sabía apreciar la belleza de las
mujeres. Por aquélla dama, Lucas cambió su oficio natural de ballenero por el
de músico, abandonó a su familia y se volvió un traidor. “¿Tú sabes lo que es
la traición?”, le pregunta en una parte a su interlocutor, “la traición, la de
verdad, es cuando sientes vergüenza y desearías ser otro.” Al final, como es de
esperarse, se quedó solo y confinado a un oficio que supuso temporal. Tiempo
después, uno de sus hermanos que emigró a América, como muchos en Azores, regresó
para visitarlo y convencerlo de que se fuera con él, asegurándole que allá
había trabajo para todos y era más fácil vivir. “¿Qué quiere decir una vida
fácil, cuando la vida ya ha sido?,” se lamenta Lucas.
En alguna entrevista,
Tabucchi explicó que sus libros son sobre los perdedores, aquéllas personas que
erraron el camino, pero que están empeñadas en seguir buscando. Como en muchas
historias de la vida, en las de Dama de
Porto Pim no hay finales felices. Hay, más bien, soledad e intrigas
alimentadas por las contradicciones que agrietan y sostienen la vida, donde no
hay brújulas precisas para distinguir el bien del mal.
Paquidermo
Dama de Porto Pim fue publicado en 1984, diez
años antes de Sostiene Pereira, el
libro más popular de Antonio Tabucchi, del cual se hizo una película con el
mismo nombre dirigida por Roberto Faenza con música de Ennio Morricone, y con
el gran Marcello Mastroiainni en una de sus últimas películas en el papel de
Pereira.
Aparte de las historias sobre ballenas y aldeanos de las Azores, Dama de Porto Pim incluye un cuento borgeano “Hespérides. Sueño en forma de
carta”. El sueño inicia con una línea que parece haber sido dicha por el
Capitán Ahab en la ultratumba:
Después de haber surcado
las aguas durante muchos días y muchas noches, he comprendido que el Occidente
no tiene fin sino que sigue desplazándose con nosotros, y que podemos
perseguirle a nuestro antojo sin jamás alcanzarle.
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