I
Nada se afirma ni se niega, escribí en la anterior
entrada respecto a lo que está detrás de crímenes sin solución, como fueron los
asesinatos de J. F. Kennedy y Luis Donaldo Colosio. Todas las posibilidades
parecen abiertas, en cuanto a las causas, los culpables y los propósitos que
motivaron los magnicidios, envueltos en la especulación por décadas y siglos y
milenios. Sin embargo, hay que precisar que sí hay una afirmación impuesta por
las autoridades: la teoría del asesino solitario. Esta verdad oficial sirve
para ejemplificar cómo se asienta la versión que favorece al gobierno en turno,
en una muestra de la forma en que el poder hegemónico modela la realidad.
La discusión está precedida por la lectura de El camino de Ida, la reciente novela de
Ricardo Piglia, donde el presunto asesino solitario, Thomas Munk, podría ser
comparado en la realidad con Lee Harvey Oswald o Mario Aburto, personas
inestables que decidieron matar a figuras poderosas para llamar la atención
y lanzar un mensaje de alerta a los
dominados, es decir la mayoría de la población. Aunque esto no es del todo
claro, porque también cabe la opción de que estos crímenes fueron parte de un
plan o conspiración en la que sus desdichados culpables oficiales fungieron
como simples instrumentos finales.
Hace 20 años en México, el 23 de marzo de 1994 para
ser precisos, fue asesinado el candidato presidencial del partido oficial, Luis
Donaldo Colosio, cuando caminaba entre la multitud al final de un mitin en
Lomas Taurinas, Tijuana. Un hombre le disparó en la cabeza sin mediar ninguna
distancia; avanzó hasta el candidato, apoyó la pistola en la sien y jaló el
gatillo. Hubo otro disparo en el abdomen. Colosio murió horas después en el
hospital, pero nadie esperaba que sobreviviera, se sabía que las heridas habían
sido letales, igual que cuando Kennedy se desangraba sin remedio en el auto
descapotable.
El autor de los disparos, Mario Aburto, fue detenido
por las autoridades momentos después de los tiros, quienes lo salvaron de un
linchamiento por parte de las personas que estuvieron cerca del hecho. Al día
siguiente, Aburto fue presentado a la prensa antes de ser recluido en la cárcel
de alta seguridad de Almoloya. Un detalle sobresalía: la persona con uniforme
de preso era distinta a la que habían captado las fotografías del día anterior.
El Aburto preso era robusto, de cuello ancho y tenía el rostro intacto,
mientras que el hombre captado en las fotos era delgado, de cuello estrecho y con
la cara manchada de sangre, a causa de los golpes recibidos por quienes lo identificaron
tras los disparos. Este relato ha sido contado una y otra vez en libros y notas
de prensa, pero lo reescribo para mi archivo personal de fragmentos históricos.
Se especuló sobre conspiraciones en la cúpula política
y se identificaron otros presuntos culpables, que habrían ayudado a Aburto en
su avance hacia el candidato. Pero las versiones fueron desechadas por falta de
pruebas y, al final, las investigaciones oficiales concluyeron que se trataba
de un asesino solitario, en un crimen que, desafortunadamente, había coincidido
con un clima de tensión, donde se definía la sucesión presidencial y se
negociaba la paz con el movimiento
zapatista que se había sublevado en Chiapas a principios de ese año.
II
En la teoría del asesino solitario se considera que el
culpable es un demente que desea perturbar a la sociedad por razones egoístas:
volverse famoso. Atribuir el acto a un desequilibrio mental es un procedimiento
clásico en Estados Unidos -dice la novela en referencia a Munk- donde los motivos
políticos radicales son vistos como desvíos de la personalidad. Y él mismo
agrega que declararlo un loco es usar los métodos de la psiquiatría soviética, que
considera a los disidentes unos lunáticos porque nadie, en su sano juicio,
podría oponerse al régimen socialista, un paraíso y el fin de la historia. Los opositores están fuera de la razón, de ese
‘sentido común’ que define la maquinaria estatal.
Por otro lado -agrega Renzi
en la novela- la discusión sobre el asesinato se centra en el “cómo” en lugar
del “por qué”, algo común cuando se trata de sucesos políticos. Nunca se
pregunta, por ejemplo, por qué Oswald mató a Kennedy ni a quién (o quiénes)
benefició el atentado, sino que se opta por intentar esclarecer cómo mataron al
presidente, es decir qué arma se usó, desde dónde se disparó, qué trayectoria
siguieron las balas, etc. En otras palabras, se busca una explicación técnica
porque, en cuanto a las causas, ya se sabe que todo es producto de la demencia
de un individuo.
La locura de los asesinos solitarios es reforzada por
su pasado oscuro, evidenciado en documentos hallados por las autoridades, en
los que, de manera predecible, ‘sale a la luz’ que estos individuos coquetearon
con movimientos políticos radicales, mientras se dedicaban a oficios grises o,
en el peor de los casos, trabajaban para el gobierno, como Oswald, quien había sido
miembro de la Marina estadunidense. Al momento de su captura se dijo que él
había cometido el crimen solo, influenciado por ideas comunistas que adoptó
durante una estancia en Cuba. Fue, ni más ni menos, que un agente al servicio
del bloque comunista, con una capacidad fuera de serie para disparar rifles de
largo alcance; un demente que desafió la hegemonía norteamericana a favor de su
enemigo mortal: la Unión Soviética.
Este modus
operandi del poder oficial para esclarecer un magnicidio es explicado en
una nota de prensa de 1982 de Gabriel García Márquez, titulada El pez es rojo, sobre un libro del mismo
título que versa sobre los múltiples atentados fallidos contra Fidel Castro,
patrocinados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en
inglés). El colombiano relata que, en uno de los casos, Castro iba a ser
asesinado con una ametralladora escondida en una cámara de televisión, durante
una conferencia de prensa, pero el intento fracasó porque a uno de los
participantes le dio apendicitis y el otro no tuvo el coraje para disparar. El
hombre de la CIA que dirigió el atentado declaró, según el libro de Hinckle y
Turner:
Era algo
similar al asesinato de Kennedy, porque la persona que iba a matar a Castro
estaba provista de documentos que le harían aparecer como un agente desertor de
los servicios cubanos de Moscú.
Algo similar sucedió con Aburto, quien, a diferencia
de Oswald, no trabajó para el gobierno mexicano, sino que tenía un oficio
casual en un taller mecánico. Después del asesinato, las autoridades
confiscaron un diario entre sus pertenencias, en el que revelaba ser parte de
una organización justiciera con diversas ideas políticas (¿radicales?), donde
recibió el título de “Caballero Águila”. En las primeras declaraciones
oficiales dijo –según el reporte ministerial- que el crimen había sido un
vehículo para dar a conocer sus ideas pacifistas y ofrecer información sobre
movimientos armados, en sutil referencia al ejército zapatista. No fue
declarado un loco, pero quedaba implícito que sólo un desequilibrado mental era
capaz de realizar un homicidio de esa magnitud.
III
La teoría del asesino solitario termina por
consolidarse porque sus autores asumen la responsabilidad del crimen. Eso
sucedió con Aburto, quien a pesar de cambiar su versión de los hechos unas 18
veces (pasó de decir que fue un acto deliberado a afirmar que todo fue un
accidente. Lo del “Caballero Águila” y la información sobre las guerrillas era
falso, en cambio, Aburto alegaba en sus últimas declaraciones que había sido un
simple espectador del mitin, al que había acudido por pura curiosidad y había
tenido la mala suerte de tener un arma; encima, al querer escapar del tumulto, tropezó
con otras personas, ocasionando que el arma se activara sin querer cuando caía
al piso, apuntando, en una mala pasada del destino, justo en la cabeza del
candidato) asumió su culpa por imprudente. Los ‘mal pensados’ sostienen que el
Aburto detenido el día del asesinato fue ejecutado y el que está recluido en la cárcel es
un sicario contratado, quien accedió a ser culpable a cambio de una vida
tranquila en el encierro.
En la novela, Munk también asume la responsabilidad de
los atentados contra los miembros de la Academia en un afán, quizá, por
proteger a los otros integrantes de su organización anarquista. Oswald, al
contario, nunca admitió algo semejante y, en su primera declaración, dijo ser
sólo un chivo expiatorio (I’m just a
patsy, comentó al salir del cine donde lo habían arrestado). Nunca pudo
saberse si en algún momento aceptaría su culpa, porque fue asesinado por Jack
Ruby en el cuartel de policía donde estaba detenido, frente a las narices de
policías y demás autoridades.
El sentido común, no el que dicta la hegemonía, sino
la intuición que preside a la más elemental inteligencia, duda seriamente de la
hipótesis del asesino solitario, porque, en principio, los crímenes fueron
investigados y resueltos por las mismas autoridades involucradas y quizá
beneficiadas con los sucesos. Pero, sobre todo, porque son el resultado de una
disputa por el poder. Esta posición cree en la idea del complot o la
conspiración entre miembros antagónicos de la clase dominante. En otras
palabras, una lucha entre las élites políticas.
Sobre el caso de Colosio, el
historiador Enrique Krauze cuenta que habló con el escritor Octavio Paz -único
Nobel de Literatura mexicano- sobre el asesinato y éste le comentó que lo ocurrido era “Shakespeare
puro”. Lo anterior no es un ejemplo de cómo el autor del Laberinto de la soledad era capaz de interpretar la realidad a través
de sus lecturas, sino que es un mensaje cifrado para decir que una lucha de poder
estaba detrás de los hechos. En Hamlet,
Ricardo III o Macbeth, las disputas por el trono son producto de complots, no de
asesinos solitarios dementes. Y nadie describió mejor que Shakespeare la
complejidad y la mentira que envuelven a una conspiración, consecuencia del arrebato y la turbación que ejerce el poder sobre los hombres.
La pregunta del por qué y a quién benefician los
magnicidios no queda satisfecha con la versión del individuo que actúa solo,
menos cuando se toma en cuenta el contexto en el que ocurrieron. Hay
necesariamente otros involucrados, pero nunca se sabrá con precisión quiénes,
porque los informantes clave son ‘borrados del mapa’ (Oswald fue asesinado
antes de rendir su declaración y el jefe de la policía de Tijuana fue ejecutado
30 días después del suceso en Lomas Taurinas, por mencionar dos ejemplos).
Además -y esto es parte del sentido común- ninguna autoridad involucrada saldrá
a declarar que él o ella participaron en el complot y contribuyeron a organizar
la ejecución junto con tres, cuatro o veinte personas más, pero que todo fue en
defensa de la seguridad nacional o algo por el estilo.
Al respecto, la tercera y última parte tratará sobre
las declaraciones que hicieron las autoridades mexicanas -como el entonces
presidente Carlos Salinas- sobre el caso de Colosio, en una muestra del
deslinde astuto o, para usar un dicho popular, dar ‘gato por liebre’.
Paquidermo
"No escapa al pasado quien lo olvida," dice un personaje en el epílogo de Kriegsfibel, obra de Bertolt Brecht.
En la siguiente entrada se detallarán las fuentes utilizadas en la
segunda y tercera partes de esta serie conjurada.
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