¿Puede un hombre rebelarse contra el Estado? ¿Puede él
solo desafiar la hegemonía oficial? De entrada, la pregunta implica un despropósito,
algo poco viable. La cuestión sobre este acto radical e improbable (y su
posible concreción) es la tesis central de la novela más reciente de Ricardo
Piglia, El camino de Ida, publicada
en 2013 por Anagrama.
En Ida, un profesor
con ínfulas de genio realiza una serie de atentados terroristas contra miembros
(colegas) de la Academia estadunidense con el propósito de publicar sus ideas
pacifistas y contrarias al sistema capitalista, depredador e injusto. Una de
las víctimas de estos ataques fue, al parecer, Ida Brown, estrella y fundadora
del Departamento de Modern Culture and
Film Studies de la prestigiosa Taylor University, ubicada a las afueras de
Nueva York y donde impartía clases de literatura. Renzi, personaje ubicuo
y álter
ego de Piglia, se embarca en una turbulenta investigación sobre la extraña muerte de Ida (clausurada como un
accidente de auto por las autoridades), movido por su repentino amor hacia la
enigmática profesora, que surgió de sus encuentros casuales y secretos en
hoteles lejanos, donde hacían “el amor” toda una noche y después volvían a sus
vidas separadas.
El periodista Renzi se involucra en la historia tras haber
sido invitado por Ida a impartir un seminario de Literatura durante el semestre
otoñal. Recurrirá a la ayuda de Parker, detective y ex agente del FBI, para
intentar descubrir la verdad del “accidente”. Su obstinada búsqueda culminará
en una entrevista con el supuesto autor exclusivo de todos los atentados: el
apacible matemático Thomas Munk.
Aparte de la cuestión sobre el rebelde solitario,
Piglia hace una crítica al mundo de la academia y su estilo de vida, del que
dice haber desplazado a los guetos como lugares de violencia psíquica y donde, resguardados
por una imagen pacífica y elegante, sus integrantes traman horribles venganzas. En otras palabras, un hoyo de miseria y
vanagloria que se ha asumido como el máximo guardián de la civilización y el
conocimiento humanos.
En cuanto a desafiar la hegemonía del Estado -asumida intención del académico
Munk- habría que precisar que ésta se entiende según la definición
de Antonio Gramsci: la imposición ‘consentida’
de la visión del mundo de la clase
dominante sobre las otras. En este sentido, la realidad que define la clase
poderosa se convierte en el ‘sentido común’. La crítica a esta visión y sus
alternativas son marginadas, en aras de mantener el ‘consentimiento fabricado’
(manufactured consent) por el Estado,
quien utiliza la fuerza y la superioridad moral para este fin. Como en Marx, el
Estado, entidad abstracta, no es más que el conjunto de grupos sociales que
integran la clase dominante y son los únicos beneficiarios del sistema
capitalista.
Lo sofisticado de este mecanismo de dominación (y ése es el aporte
genial de Gramsci) reside en su aceptación casi inconsciente por parte de la
mayoría de la población, convencida de que si trabaja duro y sigue las reglas
tendrá la posibilidad de ser otro beneficiado más del sistema. Esta convicción
ilusoria legitima la hegemonía y, por ende, los pensadores de izquierda han
insistido tanto en que los dominados adquieran conciencia de clase y se
subleven contra el Estado.
Esa rebelión debía ser colectiva, pero eso quedó en el pasado, con el derrumbe de la Unión Soviética y demás regímenes socialistas. Ahora, lo que queda, al parecer, es la rebelión individual que recurre a la violencia terrorista para llamar la atención y presentar, si las ideas sobran, una alternativa.
Al menos, ése es el caso de Munk en la novela, quien aterroriza con el noble
propósito de publicar un ‘Manifiesto’ en los principales periódicos de Estados
Unidos. Su objetivo final es que sus ideas sean leídas y, por ello, recurre a
la violencia, consciente de que en la época actual, abrumada por el exceso de
información, es imposible que un individuo ordinario logre ser publicado por un
medio importante. Lo anterior ya lo había experimentado en el despiadado mundo
académico, guiado bajo la consigna de ‘publicar o morir’. Por ello, desengañado
y frustrado, decidió alejarse de las aulas al descubrir que la academia es el
principal instrumento a través del cual se promueve el proyecto hegemónico. De
otro modo, los avances de la ciencia y la tecnología, divulgados en los journals y revistas científicas, son la
piedra de toque que sirve para perpetuar el sistema de dominación.
El manifiesto critica, desde luego, al régimen
capitalista patentado por los estadunidenses, y convoca a terminar con la
creencia en la omnipotencia y eternidad del capital: “somos capaces de aceptar
el fin del mundo pero nadie parece capaz de concebir el fin del capitalismo”,
afirma Munk en una parte de su escrito. Propone, además, cuidar el medio ambiente
y volver a adoptar la comuna rural como base de la economía y convivencia
humanas. Más que una revolución, la propuesta del matemático es restaurar la
bucólica vida pastoril, en una tentativa ingenua por regresar al origen.
Igual que en otras novelas del escritor argentino que
se inspiran o tributan homenaje a autores clásicos -Kafka en Respiración
Artificial o Macedonio Fernández en La
Ciudad Ausente, por ejemplo- El
camino de Ida gira en torno a Joseph Conrad y W. H. Hudson. Un relato de Conrad,
El agente secreto, será la clave para
descubrir la intriga que protagoniza Munk, y los escritos de Hudson son
emparentados con las observaciones incluidas en el diario que escribió el
matemático en sus años de aislamiento. De manera parcial, la novela de Conrad
incluye la historia que relata Piglia: un revolucionario abandona una brillante
carrera académica para dirigir un grupo anarquista, y uno de los actos que
encabeza se asemeja al suceso real ocurrido durante la Comuna de París, cuando
unos obreros sublevados dispararon contra los relojes de la ciudad para detener
el tiempo y… ¿regresar a una época ilusoria? O ¿crear una duración distinta, apta para la llegada inminente del
hombre nuevo?
No se sabe a ciencia cierta; sin embargo, Munk se aisló y, en la
más completa soledad, preparó sus crímenes. O al menos esa parece ser la
versión oficial. Además, el profesor rebelde era un admirador de Conrad y, con frecuencia,
utilizaba nombres de personajes de la obra del polaco como seudónimos para proteger
su identidad. La influencia de Conrad sobre el matemático es tal que, en un
arranque de megalomanía, un doctor de Harvard dictamina que Munk utilizaba las
ficciones del autor polaco para encontrarle un sentido a su vida. Se creía el
personaje de una gran historia y los libros (the printed word) eran su universo.
Ante todo, Munk es un lector, igual que Renzi y la
doctora Brown. Los tres usan la lectura para actuar. En este punto, Piglia
retoma la idea expuesta en El último
lector, acerca de que el detective es un gran lector y esta facultad le
permite descubrir los crímenes, al ser capaz de detectar signos que indican un
trazo sobre el probable delincuente. La mayoría de los mortales captan un
relato y algunos matices en lo que leen, pero los detectives, a través de una
lectura lenta y minuciosa, son capaces de ver algo distinto. Poe, creador del
género policiaco, fue quien primero expuso esta idea, mediante la figura del
detective Dupin.
Siguiendo el estilo del autor de La carta robada, Piglia parece crear la novela con la idea de que
el detective descubra al criminal por un texto. Sólo que el detective, Renzi, es un periodista y académico que, además, no es el lector
original, sino que sigue con cuidado la lectura de otra persona, Ida Brown,
quien señala las ideas en la novela de Conrad asociadas con el presunto delincuente.
Pero el escritor argentino complica la historia y deja entrever la posibilidad
de que la segunda lectura de Renzi puede estar equivocada y la conexión entre El agente secreto y el profesor Munk es
de otra naturaleza.
La tarea del detective de descifrar los hechos -en este caso y contrario a la tradición- está condicionada por la
lectura de otra persona, quien a su vez podría estar influenciada por otro
lector y así sucesivamente. Este encadenamiento de lecturas superpuestas podría servir de
metáfora para explicar cómo se impone la hegemonía, pero esa es otra cuestión
que alguna vez se pretenderá discutir en otro espacio.
Como consecuencia de las investigaciones de Renzi -quien deja cabos sueltos siguiendo el dictado de su
creador- aparece la
duda de si Munk es un asesino solitario o el miembro prominente de una
organización anarquista. De acuerdo a la interpretación que se elija, Ida
podría ser víctima o culpable. La novela es, entonces, un instrumento para polemizar
acerca de la cuestión sobre lo que está detrás de un acto homicida que
conmociona a la sociedad: un motivo individual o una conspiración.
En la ficción
de Piglia, nada se afirma o se niega. En la realidad sucede lo mismo y ello
queda ilustrado con dos casos emblemáticos: los asesinatos del presidente
Kennedy y el candidato presidencial Colosio. La segunda parte de este texto se
centrará en el mexicano, por cuestiones de contemporaneidad y porque la
historia del escritor argentino se sitúa en el año de 1994.
Paquidermo
Una persona especialista en asuntos de hegemonía me
comentó que Gandhi podría ser el ejemplo de un individuo que desafía con éxito
al Estado; en este caso, el imperio Británico. Mejor aún, me dijo, el líder
hindú revirtió la dominación por medios pacíficos, sin derramar una gota de
sangre. Alguien podría argumentar que Gandhi no actuó solo, sino que fue un
líder y requirió el esfuerzo de muchos para lograr su cometido.
En cuanto al Camino
de Ida, Piglia comparte, en una entrevista con el escritor Patricio Pron
publicada por Letras Libres en noviembre de 2013, una posible interpretación de
su novela, cortesía de unas amigas suyas: Renzi es seducido por Ida para
reclutarlo en la organización de Munk. Por supuesto, el argentino no
desacredita esta versión. Cabe agregar que la novela está inspirada en las
estancias de Piglia como profesor invitado en la Universidad de Princeton.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario