Cada que inicia un nuevo año la mayoría de las
personas intuyen que será mejor que los anteriores. Esta intuición está
generalmente motivada por una serie de buenos propósitos que se pretenden
cumplir. Habrá algunos cuantos acomodados que no esperen nada y, los menos,
presienten que el recién llegado año será peor (quizá resignados a no poder
cumplir con ningún propósito). Las esperanzas o el desánimo ante lo inédito no
obedecen a un cálculo racional, son meramente premoniciones que fijan el futuro
en una imagen o evento, con el propósito de dar un poco de orientación ante la
vastedad que en ese momento suponen los 365 días venideros.
De manera un tanto imperceptible, los presagios guían parte
de la vida de los seres humanos y muchas veces se entrometen en las decisiones
cotidianas o apremiantes. Por ejemplo, encontrarse una moneda tirada por
descuido en el piso es interpretado como señal de que algo bueno vendrá. Uno
muy común es cuando alguien decide no subirse al avión porque momentos antes ̶ en el aeropuerto o
saliendo de casa ̶ sintió una energía
rara que le indicó quedarse en
tierra. En ocasiones excepcionales, el
avión en cuestión
se cae y entonces la historia del presagio es publicada en la prensa y la
televisión, otorgándole sus cinco minutos de fama al iluminado. Otro
caso sonado es cuando alguien recibe la visita inesperada de un familiar lejano
justo cuando días antes soñó que esa persona llegaba de sorpresa a una casa que
parecía de otro y entablaba un largo diálogo con el anfitrión sobre nimiedades
que, sin embargo, se cortaba en el instante en que se revelaría una noticia
importante porque el soñador se despertaba involuntariamente cuando un rayo de
sol entraba a su cuarto.
Alguien me contó que su abuela solía decir que nunca hay
que jugar solos porque siempre habrá alguien que querrá unirse a nuestro juego
solitario y, aquél desconocido, no es otro que el diablo. Por cautela o yo qué sé, fui incapaz de compartirle que a mi me ocurrió algo
parecido un día que estaba jugando solo a las damas chinas en un parque,
cuando, de repente, se presentó un señor de aspecto respetable, cara lívida,
sombrero y bigote ralo. No tuve más opción que dejarlo jugar y desde entonces
me puse a escribir un blog. Ingmar Bergman jugó al ajedrez contra una persona
similar y después no tuvo más remedio que ponerse a filmar El séptimo sello. Por supuesto, no pretendo compararme con el gran
cineasta sueco, solamente quería consignar un caso célebre para ilustrar el
presagio que me contaron.
Cabe aclarar que las premoniciones no son lo mismo que
las supersticiones, aunque ambas graviten en torno a la irracionalidad. Según
el Diccionario de la Real Academia
Española, el presagio es una “especie de conocimiento de las cosas futuras
por medio de señales que se han visto o de intuiciones y sensaciones"; y la
superstición es una “fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo”. El
diccionario concede que el presagio es un conocimiento, mientras que la
superstición es una creencia que se sugiere injustificada (por el uso de los
adjetivos ‘excesivo’ y ‘desmedido’). De esta forma, la superstición se asemeja
más a una manía adoptada frente a lo azaroso del destino con el fin de obtener
una vaga seguridad. No hay más que recordar las supersticiones de fin de año ̶ como usar calzones rojos para atraer prosperidad,
entrar con el pie derecho a un lugar o sacar las maletas de paseo en
anticipación de algún viaje ̶ para confirmar esto de la creencia desmedida en algo.
Los presagios, en cambio, apelan a una cualidad sensible de la mente que
permite leer los acontecimientos venideros apoyándose en una lógica no-racional
y aparentemente insensata. Superstición es, entonces, un hábito y las
premoniciones son una habilidad.
Esto de los presagios viene a cuento porque García
Márquez argumenta en una nota titulada Telepatía
sin hilos, publicada en noviembre de 1980 e incluida en el libro Notas de prensa: Obra periodística 5 (1961-1984),
que estos sucesos no obedecen alguna magia de charlatanes, sino que son una
facultad orgánica que la ciencia no se atreve a considerar porque está fuera de
su alcance lógico. Y yo aventuro que la trascendencia de la obra del colombiano
se debe al lugar primordial que le concede en sus novelas a estos presagios o
intuiciones, narrándolos con minuciosidad de profeta. De ahí proviene el título
de ‘realismo mágico’. En un lance aún más temerario, sostengo que la obra novelística
de García Márquez es un intento por demostrar la valía o importancia de esta
facultad en la vida humana desde una perspectiva literaria, es decir no-científica.
Ajena a cualquier clase de brujerías, la telepatía, los presagios y los sueños
premonitorios suceden cotidianamente porque forman parte de una habilidad
contenida en el cerebro. El colombiano muestra que ésta opera como una especie
de brújula secreta que concede un vistazo al futuro. De cómo es leído este
compás dependerá la fortuna de los hombres.
El texto inicia con una nota de desánimo, cuando el
escritor narra que un amigo neurólogo le comparte que descubrió una parte en el
cerebro de gran importancia, pero no sabe para qué funciona. Márquez le
pregunta, ilusionado, si esa área podría ser donde se aloja la facultad de
presagiar y el amigo le responde con una mirada de lástima. Sin embargo, a
pesar de no contar con el apoyo de la ciencia para confirmar su intuición de
que presagiar es una habilidad mental, el colombiano ofrece una serie de ejemplos
en el artículo para demostrar su argumento. Su abuela materna es quien
mejor le reveló la ciencia de los presagios. En opinión del escritor, era una sabia
que repudiaba las artes adivinatorias en barajas o líneas de la mano, y solía leer
los signos secretos en los panes que horneaba. En una ocasión, leyó el número
09 en estos símbolos, corrió a comprar un billete de lotería y perdió; pero,
como recompensa, obtuvo una cafetera de vapor que su esposo había ganado en una
rifa con el número 09.
Un día llegó un telegrama a su casa y nadie quería
abrirlo porque seguro traería la noticia de una tragedia. Sin leerlo, la abuela
afirmó con tranquilidad que era de Prudencia Iguarán anunciando su próxima
visita, guiada por un sueño premonitorio que había tenido el día anterior.
Horas después, doña Prudencia se presentó en la casa. Para terminar, García Márquez
informa que su abuela murió ciega de casi cien años. Nunca ganó la lotería y,
al final de sus días, se negaba a desvestirse cuando la radio estaba encendida porque
estaba convencida de que la voz escuchada provenía de una persona que estaba en
la casa. Imposible no asociar a la abuela materna con Úrsula Iguarán, personaje
central de Cien años de soledad. En
otra parte de su artículo, Márquez relata que el día que Julio César fue
asesinado, todas las ventanas de su casa se abrieron súbitamente para sorpresa
de su mujer, quien atestiguó la escena con horror. Por otra parte, durante la
guerra fría, la Marina estadunidense intentó usar la telepatía como medio de
comunicación entre los submarinos nucleares. Predeciblemente, el ensayo
fracasó, porque ‘la telepatía es imprevisible y espontánea, y no admite ninguna
clase de sistematización’. Encima, los presagios (y aquí Márquez incluye la
telepatía) vienen cifrados y no pueden comprenderse hasta que hayan ocurrido.
Como mencioné anteriormente, la obra novelística de
García Márquez es un intento por mostrar el valor de la facultad premonitoria en el teatro humano,
que en sus historias suele ser más decisiva que la razón. El ejemplo al que me
permite acceder la memoria es el caso del gallo en El coronel no tiene quien le escriba. El protagonista se rehúsa a
matar al animal contra los ruegos de su esposa y a pesar de que ambos se están
muriendo de hambre. En mi opinión, el coronel mantiene con vida al gallo
siguiendo el presagio de que este acto traerá la justicia esperada: la carta
con el monto de la pensión como retribución por sus años de servicio en el
ejército del general Aureliano Buendía. Más que un acto de resistencia
política, como se ha interpretado en otras lecturas, el gallo vivo es la señal
que le permite al coronel esperar confiado la llegada de la ‘justicia inmanente’
(término concebido por Vargas Llosa), la cual está asociada con la idea del ‘karma’,
en el sentido de que concede una fuerza espiritual bajo la premisa un tanto simplista
de que actuar bien traerá siempre buenas recompensas.
Por otro lado, Cien
años de soledad abunda en ejemplos de esta habilidad de presagiar y no
caeré en la tentación de enunciarlos, porque si no este texto se hará más
tedioso. Sólo agregaré que Macondo es en sí mismo el presagio de que la soledad
es la condición natural ̶ y por
ende, irremediable ̶ del ser humano y el tiempo avanza hacia atrás,
hacia su fuente, que es el olvido.
Finalmente, sigue siendo un misterio dónde se encuentra
esta facultad en el cerebro y queda la duda sobre su utilidad y cómo desarrollarla. Lo que está claro es que a García Márquez le sirvió como instrumento de persuasión en
su obra literaria, ya que los presagios y sus consecuencias son los sucesos que le
otorgan magia a la realidad de su universo novelístico. Por otra parte, es
indudable que el ser humano recurre a premoniciones, sueños y telepatía para
tomar decisiones y orientarse en la vida, lo cual se intensifica cada que inicia otro año.
Paquidermo
“Yo, que gobierno tantos
hombres, soy gobernado por pájaros y truenos”, frase atribuida a Julio César.
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