viernes, 10 de enero de 2014

García Márquez y los presagios



Cada que inicia un nuevo año la mayoría de las personas intuyen que será mejor que los anteriores. Esta intuición está generalmente motivada por una serie de buenos propósitos que se pretenden cumplir. Habrá algunos cuantos acomodados que no esperen nada y, los menos, presienten que el recién llegado año será peor (quizá resignados a no poder cumplir con ningún propósito). Las esperanzas o el desánimo ante lo inédito no obedecen a un cálculo racional, son meramente premoniciones que fijan el futuro en una imagen o evento, con el propósito de dar un poco de orientación ante la vastedad que en ese momento suponen los 365 días venideros.

De manera un tanto imperceptible, los presagios guían parte de la vida de los seres humanos y muchas veces se entrometen en las decisiones cotidianas o apremiantes. Por ejemplo, encontrarse una moneda tirada por descuido en el piso es interpretado como señal de que algo bueno vendrá. Uno muy común es cuando alguien decide no subirse al avión porque momentos antes  ̶ en el aeropuerto o saliendo de casa ̶  sintió una energía rara que le indicó quedarse en tierra.  En ocasiones excepcionales, el avión en cuestión se cae y entonces la historia del presagio es publicada en la prensa y la televisión, otorgándole sus cinco minutos de fama al iluminado. Otro caso sonado es cuando alguien recibe la visita inesperada de un familiar lejano justo cuando días antes soñó que esa persona llegaba de sorpresa a una casa que parecía de otro y entablaba un largo diálogo con el anfitrión sobre nimiedades que, sin embargo, se cortaba en el instante en que se revelaría una noticia importante porque el soñador se despertaba involuntariamente cuando un rayo de sol entraba a su cuarto. 

Alguien me contó que su abuela solía decir que nunca hay que jugar solos porque siempre habrá alguien que querrá unirse a nuestro juego solitario y, aquél desconocido, no es otro que el diablo. Por cautela o yo qué sé, fui incapaz de compartirle  que a mi me ocurrió algo parecido un día que estaba jugando solo a las damas chinas en un parque, cuando, de repente, se presentó un señor de aspecto respetable, cara lívida, sombrero y bigote ralo. No tuve más opción que dejarlo jugar y desde entonces me puse a escribir un blog. Ingmar Bergman jugó al ajedrez contra una persona similar y después no tuvo más remedio que ponerse a filmar El séptimo sello. Por supuesto, no pretendo compararme con el gran cineasta sueco, solamente quería consignar un caso célebre para ilustrar el presagio que me contaron.

Cabe aclarar que las premoniciones no son lo mismo que las supersticiones, aunque ambas graviten en torno a la irracionalidad. Según el Diccionario de la Real Academia Española, el presagio es una “especie de conocimiento de las cosas futuras por medio de señales que se han visto o de intuiciones y sensaciones"; y la superstición es una “fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo”. El diccionario concede que el presagio es un conocimiento, mientras que la superstición es una creencia que se sugiere injustificada (por el uso de los adjetivos ‘excesivo’ y ‘desmedido’). De esta forma, la superstición se asemeja más a una manía adoptada frente a lo azaroso del destino con el fin de obtener una vaga seguridad. No hay más que recordar las supersticiones de fin de año  ̶ como usar calzones rojos para atraer prosperidad, entrar con el pie derecho a un lugar o sacar las maletas de paseo en anticipación de algún viaje ̶ para confirmar esto de la creencia desmedida en algo. Los presagios, en cambio, apelan a una cualidad sensible de la mente que permite leer los acontecimientos venideros apoyándose en una lógica no-racional y aparentemente insensata. Superstición es, entonces, un hábito y las premoniciones son una habilidad.
 

Esto de los presagios viene a cuento porque García Márquez argumenta en una nota titulada Telepatía sin hilos, publicada en noviembre de 1980 e incluida en el libro Notas de prensa: Obra periodística 5 (1961-1984), que estos sucesos no obedecen alguna magia de charlatanes, sino que son una facultad orgánica que la ciencia no se atreve a considerar porque está fuera de su alcance lógico. Y yo aventuro que la trascendencia de la obra del colombiano se debe al lugar primordial que le concede en sus novelas a estos presagios o intuiciones, narrándolos con minuciosidad de profeta. De ahí proviene el título de ‘realismo mágico’. En un lance aún más temerario, sostengo que la obra novelística de García Márquez es un intento por demostrar la valía o importancia de esta facultad en la vida humana desde una perspectiva literaria, es decir no-científica. Ajena a cualquier clase de brujerías, la telepatía, los presagios y los sueños premonitorios suceden cotidianamente porque forman parte de una habilidad contenida en el cerebro. El colombiano muestra que ésta opera como una especie de brújula secreta que concede un vistazo al futuro. De cómo es leído este compás dependerá la fortuna de los hombres.


El texto inicia con una nota de desánimo, cuando el escritor narra que un amigo neurólogo le comparte que descubrió una parte en el cerebro de gran importancia, pero no sabe para qué funciona. Márquez le pregunta, ilusionado, si esa área podría ser donde se aloja la facultad de presagiar y el amigo le responde con una mirada de lástima. Sin embargo, a pesar de no contar con el apoyo de la ciencia para confirmar su intuición de que presagiar es una habilidad mental, el colombiano ofrece una serie de ejemplos en el artículo para demostrar su argumento. Su abuela materna es quien mejor le reveló la ciencia de los presagios. En opinión del escritor, era una sabia que repudiaba las artes adivinatorias en barajas o líneas de la mano, y solía leer los signos secretos en los panes que horneaba. En una ocasión, leyó el número 09 en estos símbolos, corrió a comprar un billete de lotería y perdió; pero, como recompensa, obtuvo una cafetera de vapor que su esposo había ganado en una rifa con el número 09. 


Un día llegó un telegrama a su casa y nadie quería abrirlo porque seguro traería la noticia de una tragedia. Sin leerlo, la abuela afirmó con tranquilidad que era de Prudencia Iguarán anunciando su próxima visita, guiada por un sueño premonitorio que había tenido el día anterior. Horas después, doña Prudencia se presentó en la casa. Para terminar, García Márquez informa que su abuela murió ciega de casi cien años. Nunca ganó la lotería y, al final de sus días, se negaba a desvestirse cuando la radio estaba encendida porque estaba convencida de que la voz escuchada provenía de una persona que estaba en la casa. Imposible no asociar a la abuela materna con Úrsula Iguarán, personaje central de Cien años de soledad. En otra parte de su artículo, Márquez relata que el día que Julio César fue asesinado, todas las ventanas de su casa se abrieron súbitamente para sorpresa de su mujer, quien atestiguó la escena con horror. Por otra parte, durante la guerra fría, la Marina estadunidense intentó usar la telepatía como medio de comunicación entre los submarinos nucleares. Predeciblemente, el ensayo fracasó, porque ‘la telepatía es imprevisible y espontánea, y no admite ninguna clase de sistematización’. Encima, los presagios (y aquí Márquez incluye la telepatía) vienen cifrados y no pueden comprenderse hasta que hayan ocurrido. 


Como mencioné anteriormente, la obra novelística de García Márquez es un intento por mostrar el valor de la facultad premonitoria en el teatro humano, que en sus historias suele ser más decisiva que la razón. El ejemplo al que me permite acceder la memoria es el caso del gallo en El coronel no tiene quien le escriba. El protagonista se rehúsa a matar al animal contra los ruegos de su esposa y a pesar de que ambos se están muriendo de hambre. En mi opinión, el coronel mantiene con vida al gallo siguiendo el presagio de que este acto traerá la justicia esperada: la carta con el monto de la pensión como retribución por sus años de servicio en el ejército del general Aureliano Buendía. Más que un acto de resistencia política, como se ha interpretado en otras lecturas, el gallo vivo es la señal que le permite al coronel esperar confiado la llegada de la ‘justicia inmanente’ (término concebido por Vargas Llosa), la cual está asociada con la idea del ‘karma’, en el sentido de que concede una fuerza espiritual bajo la premisa un tanto simplista de que actuar bien traerá siempre buenas recompensas. 

Por otro lado, Cien años de soledad abunda en ejemplos de esta habilidad de presagiar y no caeré en la tentación de enunciarlos, porque si no este texto se hará más tedioso. Sólo agregaré que Macondo es en sí mismo el presagio de que la soledad es la condición natural ̶ y por ende, irremediable ̶  del ser humano y el tiempo avanza hacia atrás, hacia su fuente, que es el olvido. 

Finalmente, sigue siendo un misterio dónde se encuentra esta facultad en el cerebro y queda la duda sobre su utilidad y cómo desarrollarla. Lo que está claro es que a García Márquez le sirvió como instrumento de persuasión en su obra literaria, ya que los presagios y sus consecuencias son los sucesos que le otorgan magia a la realidad de su universo novelístico. Por otra parte, es indudable que el ser humano recurre a premoniciones, sueños y telepatía para tomar decisiones y orientarse en la vida, lo cual se intensifica cada que inicia otro año. 



Paquidermo

“Yo, que gobierno tantos hombres, soy gobernado por pájaros y truenos”, frase atribuida a Julio César.
 

 

 

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