Veo un castillo que semeja
una torre de babel en ruinas, asediada por un mar furioso que lo inunda y
doblega. Un grupo de personas se resguarda del caos y atestigua la escena desde
una colina opuesta al monumento. Sobresale un individuo que parece un Cristo:
tiene el pelo largo, una especie de kipá sobre la cabeza y barba abundante,
como de vagabundo al que ya nada le importa. Viste de manera elegante, con una larga
capa blanca traslúcida, traje corto gris, medias y botines, que contradice la
imagen común del hijo de dios ataviado humildemente con túnica clara y
sandalias.
Su condición de Cristo
la confirman tres personas que se acercan a él de rodillas, casi tirados al
piso, clamando piedad o auxilio. Jesucristo ofrece un brazo con disimulo e
inclina ligeramente la cabeza en actitud compasiva; sin embargo, en lugar de
ver a los suplicantes parece que mira a lo lejos, hacia algo fuera de la escena,
como enajenado, indiferente a los ruegos. Quizá no sabe qué decir o hacer. La
furia apacible del agua se acerca a la colina, pero es contenida por una espesa
franja de árboles.
La torre en ruinas es la
memoria y los tres miserables que caminaron al encuentro del Cristo forman una
indecisa trilogía, ya que detrás de ellos, subiendo el último peldaño para
llegar a la cima, hay otro que alza la vista y quizá se encuentra con los ojos
del redentor... El cielo es azul y las nubes son pequeñas. Frente a la loma
navega una barca improvisada con leños por donde parecen huir unos cuantos, o
¿será que van llegando al desastre, como suicidas ingenuos?
La escena, aunque
trágica, está envuelta por una atmósfera serena, como de letargo de río.
- 1563, Viena.
Fuga, viaje y magia
Trilogía de la Memoria es el testamento literario del escritor mexicano
Sergio Pitol, en el cual su memoria se dilata hasta la infancia para narrar su paso
por la vida y la literatura. Todo inició con un viaje por unos meses a Europa
para ‘desintoxicarse’ de la atmósfera de México que agobiaba al escritor cuando
tenía alrededor de 30 años, pero que se convirtió, inesperadamente y por azar,
en una estancia indefinida. La trilogía está conformada por El arte de la fuga, El viaje y El Mago de Viena,
libros separados que fueron escritos entre 1996 y 2005 y agrupados por Anagrama
en un solo libro en 2007, por considerarlos una unidad en torno a los temas de la
creación y la memoria. Es una obra generosa, porque en ella su autor comparte las
vivencias personales y literarias que lo formaron como escritor, los libros y
autores que fueron decisivos en su estilo e imaginación, y sus intereses y
pasiones, resumidos en cuatro actividades: escribir, leer, traducir y viajar. Esta
tetralogía de ocupaciones está custodiada por la memoria, que permite fugarse y
viajar por los recuerdos, haciendo brotar la magia de la imaginación. Como afirma
Pitol:
La
inspiración es el fruto más delicado de la memoria.
Magia, viaje y fuga
describen a la memoria y presiden a la literatura en general. Además, sirven
para describir el efecto de la capacidad narrativa del prosista, que alcanzó su
mejor expresión en otra trilogía: Tríptico
de Carnaval, formada por tres novelas solemnes y reveladoras de los
misterios de la vida.
Por otra parte, Pitol
abre −como mago cuateloso− sus secretos de creación, narrando las
circunstancias e imágenes que inspiraron sus obras, detallando su proceso de
gestación y uno que otro contratiempo durante la escritura de alguna novela. Por
ejemplo, El arte de la fuga incluye un diario sobre el desarrollo de la escritura
del Desfile del Amor, considerada su
obra cumbre por los especialistas y merecedora del Premo Herralde en 1984. Mientras
consigna cada día y año, el escritor poblano va describiendo las dificultades y
constantes cambios de argumento en la producción de una obra que partió de una
imagen: un hombre visita un edificio viejo de ladrillos en la calle Río de
Janeiro de la Colonia Roma, Ciudad de México. Explica también la
introducción y el papel de nuevos personajes inspirados en personas reales que
conoció en alguna fiesta, cena o conferencia, mostrando el vínculo profundo que
existe entre realidad y ficción, que a veces se funden hasta hacerse
indistinguibles para el novelista, como un acto de magia. De ahí que algunos
escritores digan que sus personajes cobran vida propia y les dictan la
historia. Por otro lado, en El Viaje
relata los hechos que motivaron la creación de Domar a la Divina Garza, novela que fue gestando durante sus
andanzas por Europa del Este en 1986; en particular, por la Rusia soviética en la que ya se había iniciado, a regañadientes, un proceso de apertura a la crítica.
Otra imagen generó la
historia: una mujer excéntrica vestida de negro (quien será transformada en el
personaje de la Garza) acude a una conferencia sobre Fernández de Lizardi que
imparte Pitol en alguna universidad del Este y lanza la única pregunta, fuera
de tono con la solemnidad del evento y que, a la postre, es un sonoro homenaje
al humor alburero de los mexicanos.
La trilogía abunda también en
los autores que formaron al mejicano y que, en algunos casos, lo incitaron a
traducir sus obras, como en el caso de los polacos Witold Gombrowicz y Jerzy Andrzejewski,
desconocidos hasta entonces en el mundo hispanoparlante. Pitol aprendió el
polaco y quedó deslumbrado con el estilo de ambos escritores, tan lejano a las novelas de entonces que surcaban el
imaginario ‘realista mágico’ de Latinoamérica, abrumada por el boom encabezado por García Márquez. Pitol
tuvo la suerte de conocer a ambos escritores en persona y, en alguna parte del
libro, narra su encuentro con Andrzejewski, personaje enigmático, quien citó al
mexicano en un café de Polonia para discutir los pormenores de la traducción de
Las puertas del paraíso, ofreciéndole,
al final, pocas señas sobre cómo abordar la novela. Al respecto y según Enrique
Vila-Matas, esta obra sirvió de modelo para la estructura de Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño,
quien la consideraba su libro de cabecera.
Además de los polacos, Pitol
ensaya sobre Pérez Galdós y Gógol, a quienes considera sus ‘padres putativos’
literarios; narra su primer encuentro con la obra de Borges; visita la Viena de
Bernhard; relata un penoso viaje en coche con Antonio Tabucchi; hurga en el
estilo y la estructura de las obras de Henry James, Joseph Conrad, Evelyn Waugh
o Flann O’Brien; elogia a Thomas Mann y a Chéjov; y agradece la amistad de
Monsiváis, Pacheco y Vila-Matas.
Cabe aclarar que Trilogía de la Memoria no es un libro de
memorias ni tampoco una autobiografia. Es una mezcla entre ensayo, novela, memoria,
diario o crónica que culmina en una ficción sobre la vida de un escritor. Pero el
autor lo explica mejor:
Uno cree internarse en un ensayo para de pronto encontrarse en un relato, que se mutará en la crónica de una vida, el testimonio de un viajero, un lector hedonista y refinado, de un niño deslumbrado por la inmensa variedad del mundo.
Una vida dedicada a la
literatura trae consigo, aunque no se desee, altas dosis de sabiduría. Pitol no
se salva de este fenómeno y, a través de la trilogía, sobresale una idea: ‘Todo
está en todo’ o ‘todo está en todas las cosas’. Lo anterior puede explicarse a
nivel físico, donde todos los seres vivos e inanimados están formados por las
mismas partículas elementales: los átomos y sus elementos (protones, neutrones
y electrones). A fin de cuentas, todo está compuesto por las mismas partículas y sus
variadas combinaciones e interacciones. La idea puede referirse también al hecho de
que la ficción contiene a la realidad y viceversa, donde un libro se vuelve más
real en la imaginación del lector porque mejora su percepción de la realidad o
ésta contiene detalles tan insólitos que parece ficticia, como la sensación que
se nos impone cuando observamos detenidamente una cascada o un árbol. En la
literatura, la novela está en la poesía, que a su vez puede ser una crónica
amorosa que ensaya sobre la importancia de las emociones, para regresar a su
vez a ser una novela de las pasiones olvidadas, que se convierte en un diario
sobre el cuento del pasado y su peso en el presente... Puede aludir también al
pensamiento y al hecho de que todas las ideas son compartidas y ya fueron razonadas
previamente por otros o que la muerte está en la vida y todas las metáforas
sobre los sentimientos se corresponden con algún objeto o ser vivo: la
naturaleza prefigura el arte y al revés.
Agrega Pitol que lo importante es conectar,
ligar estas ideas o cosas, ya que el conocimiento es incompleto e inexacto
(siguiendo un argumento de Gombrowicz) y sólo relacionando los conceptos puede
expandirse el conocimiento y entender lo que sucede, al estilo de un detective
que hila los hechos y circunstancias de un crimen para obtener la ‘fotografía’ completa
de la escena del atentado y, con suerte, descubrir al culpable. Las múltiples
conexiones no impiden, sin embargo, que al final parezca que no sabemos nada,
como ocurre a menudo con las historias que narra el mexicano.
La trilogía es entonces un viaje y una fuga por el cosmos de Pitol, quien lo comparte generosamente a sus lectores a través de su magia creativa de humor irónico e inocente. Es también un libro indispensable para aquéllos interesados en saber cómo se forma un escritor, cómo se gesta su estilo y cuáles son las dificultades y satisfacciones que encuentra en el camino de este arduo oficio. Sirve, incluso, para obtener consejos y sugerencias sobre el arte de escribir, aunque se agradece que Pitol evite aleccionamientos. Algo resuena en la memoria al terminar la lectura de este libro: un buen escritor es siempre un gran lector.
La trilogía es entonces un viaje y una fuga por el cosmos de Pitol, quien lo comparte generosamente a sus lectores a través de su magia creativa de humor irónico e inocente. Es también un libro indispensable para aquéllos interesados en saber cómo se forma un escritor, cómo se gesta su estilo y cuáles son las dificultades y satisfacciones que encuentra en el camino de este arduo oficio. Sirve, incluso, para obtener consejos y sugerencias sobre el arte de escribir, aunque se agradece que Pitol evite aleccionamientos. Algo resuena en la memoria al terminar la lectura de este libro: un buen escritor es siempre un gran lector.
Paquidermo
La vida:
Aprender
el lenguaje, aprender a hablar y aprender que no tiene uno que desear ser
respetado..., que la vida es otra cosa mucho más misteriosa y más sencilla –
Sergio Pitol, en alguna parte de su memoria tríptica.
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