En la primera y segunda
partes de esta serie se discutió la posibilidad de que un solo hombre desafiara
la hegemonía del estado, tomando como ejemplo inicial la historia que cuenta
Piglia en su más reciente novela, El
camino de Ida. Después, uní este relato con dos casos reales muy conocidos
y analizados hasta el hartazgo: Kennedy y Colosio. Ambos fueron ejecutados por
presuntos asesinos solitarios, quienes, en su delirio y movidos por vagas ideas
políticas, optaron por acabar con dos personas que representaban el poder
hegemónico del Estado. Las versiones oficiales concluyeron que los asesinatos
fueron realizados por un par de dementes que lograron cimbrar los valores de
civilidad y armonía tan protegidos por los gobiernos desafiados, pero, por fortuna,
no pudieron romper el orden terso creado por la hegemonía oficial en beneficio
de sus ciudadanos.
Los sucesos fueron una
especie de amargo despertar a un tipo de violencia inusitada, de la cual ni los
más poderosos estaban a salvo y aquéllo era, en términos crudos, un golpe
mortal a la estructura del Estado; no obstante, la solidez de las instituciones
estatales permitió mantener el pacto social entre gobernados y gobernantes. Por
otra parte, los asesinos fueron quizá producto del mismo sistema que, por
supuesto, tiene sus fallas y, desde una perspectiva optimista, la violencia
sirvió para mejorar algunos aspectos como, por ejemplo, ¿la calidad de la
democracia? o ¿las libertades civiles? Con el paso del tiempo, eso es lo que
argumentará la historia escrita por los vencedores: fue una tragedia, pero fue
por el bien de la sociedad y del régimen.
La versión alterna -y
contraria a la verdad impuesta por el poder- sostiene que los magnicidios no
fueron producto de un desafío a la hegemonía, sino de una conspiración urdida
en las entrañas de la cúpula política donde grupos antagónicos se disputaron el
poder, al más puro estilo de los dramas de Shakespeare. De esta forma, la hegemonía
presenta estos casos como amenazas externas, cuando en realidad son conflictos
sanguinarios entre sus élites, en los cuales el Estado nunca estuvo en peligro
y, donde hubo, más bien, un reacomodo entre los grupos que actúan en su nombre.
La idea del complot, predeciblemente, es
rechazada por el gobierno, quien acusa de resentidos sociales a los que están
detrás de estas versiones. “Invenciones fantasmagóricas”, diría el ex presidente
mexicano Carlos Salinas, como calificó las versiones de Camacho Solís en
relación a su actitud ante la guerrilla zapatista (ver la entrevista que le
hizo el periódico mexicano El Universal
el 10 de febrero de 2014).
Al respecto, uno de los principales conflictos que
precedieron al magnicidio de Colosio fue el nombramiento de Manuel Camacho Solís como
comisionado por la paz en Chiapas, el cual fue interpretado como señal de que
el nombrado era el verdadero candidato presidencial y que, tan pronto terminaran
las negociaciones con el ejército zapatista, sustituiría a Colosio quien, por
otra parte, intentaba animar sin éxito su desangelada campaña presidencial. La
rivalidad entre Colosio y Camacho se hizo pública cuando el segundo no ocultó
su rechazo ante el nombramiento de Luis Donaldo como candidato oficial en
noviembre de 1993. Lo anterior fue conocido como ‘el berrinche de Camacho’.
Al final de la anterior
entrada (la segunda parte de esta entrega), escribí que daría ejemplos de cómo
las autoridades se deslindan de cualquier responsabilidad cuando son
interrogadas por los cuerpos judiciales. Para ello, utilizaré fragmentos de los
interrogatorios a los políticos de mayor peso en ese entonces. Esta información
fue rescatada y presentada por Héctor de Mauleón, en un artículo titulado “Los
papeles del fiscal”, publicado en enero de 2014 en la revista Nexos. Según el escritor mexicano, la
fiscalía especial encargada de investigar el magnicidio en 1996 interrogó
durante 12 horas a Salinas con 397 preguntas; Camacho Solís respondió 111;
Córdoba Montoya, conocido como el ex superasesor presidencial y ‘mano
izquierda’ de Salinas, contestó 197; el sucesor de Salinas, Ernesto Zedillo,
enfrentó 35 preguntas y el ex presidente Luis Echeverría (1970-1976) dio
trámite a sólo 15 cuestiones. Todos pertenecieron al Partido Revolucionario
Institucional (PRI), menos Camacho Solís que renunció al partido en
1995. En general, las respuestas no ofrecen información nueva o distinta y, en
las preguntas ‘comprometedoras’, como aquéllas que indagan sobre lo sucedido el
día del atentado, los participantes se deslindan de forma tajante con
respuestas que incurren en el humor involuntario, amparadas en su habitual
aliado: la impunidad.
El producto de los
interrogatorios podría servir para crear una comedia bajo el lema: ‘si supe de algo, en realidad fue nada; los
gobernantes andamos tan confundidos como los ciudadanos por la falta (o ¿el
exceso?) de información.’ Con todo, hay algunas respuestas que por sus
negaciones o su austeridad en detalles revelan grietas en el discurso
hegemónico del asesino solitario. Contrario a Thomas Munk, el huraño terrorista
de la novela de Piglia quien al ser interrogado ‘ni afirma ni niega’ nada, lo
que dicen los políticos cuestionados por la fiscalía especial no es convincente
y a veces parece que afirman negando o niegan afirmando.
He aquí unos ejemplos:
Cuestión 1: El comisionado por la paz y la candidatura
disfrazada.
Salinas:
El nombramiento de Camacho no rompió con las reglas no escritas del PRI y
representó una solución diferente para el hecho inédito de enfrentar una
guerrilla. No quise aclarar las versiones de la candidatura alterna porque esto
contribuiría a hacer ‘más grande’ el tema en los medios. Cuando Camacho me
anunció que haría una declaración pública en la que señalaría a los grupos
contrarios a su labor como comisionado (y que, entre líneas, estaban contra su
presunta candidatura, pero esto no lo dice Salinas), le dije que si hacía eso
lo removería de su puesto.
Camacho:
Yo no estaba en contra de la candidatura de Colosio, sino contra el grupo de
interés que estaba detrás de él, conformado por ‘personajes políticos con muchísimas
alianzas: Raúl Salinas (hermano del ex presidente), José Córdoba (jefe de la
Oficina de la Presidencia), Emilio Gamboa (Secretario de Comunicaciones y
Transportes) y otros.’ Incluso, una gente de mi confianza me contó que, en una
comida, Raúl Zorrilla, colaborador de Gamboa, afirmó que si ‘Camacho seguía con
su protagonismo lo iban a tener que matar.’ ‘El candidato de Raúl Salinas
siempre fue Colosio. Desconfiaba profundamente de Pedro Aspe (Secretario de
Economía) y de mí.’ Yo pensaba, por información que me llegaba al respecto, que
Raúl estaba ligado con actos de corrupción y se lo hice saber al presidente,
pero él me respondió que hablara con su hermano, lo cual hice y Raúl negó por
completo los hechos.
Salinas:
‘No conocí que estas personas formaran un grupo así,’ respondió el ex
presidente a la pregunta de si sabía que estos personajes y otros, como Manlio
Fabio Beltrones (gobernador de Sonora en ese entonces y señalado después por el gobierno de Estados Unidos de tener vínculos con el narcotráfico) estaban contra Camacho Solís. Tampoco supe quién era el candidato de
estas personas.
Camacho:
Yo no era el hombre de Salinas, quien dijo que yo había hecho un capricho, pero
ese adjetivo se ‘repite a lo largo de la historia de nuestro país siempre que
hay una diferencia con el poder’.
Zedillo:
Elegir a Camacho para ocupar el puesto de comisionado por la paz fue muy
desafortunado. ‘Una vez más había tenido éxito la táctica de Camacho de
atemorizar al presidente con la real o supuesta gravedad de algún problema,
para luego postularse a sí mismo como el único capaz de resolverlo’. Estuve
presente cuando Salinas habló por teléfono con Camacho sobre la candidatura de
Colosio y en la que el funcionario le expresó su molestia e incluso no quiso
felicitar al candidato. Después, en febrero de 1994, le recordé a Salinas esta
actitud de Camacho y le comenté que él no sería capaz de resolver lo de
Chiapas. El presidente me respondió molesto algo así como que ‘lo único que
quería era ver a Donaldo sentado en la silla el primero de diciembre.’ Un día
antes del asesinato de Colosio, Camacho declaró en la prensa que no aspiraba a
la candidatura presidencial. Me quedó la impresión de que el propio Salinas
acordó con él esta declaración.
Córdoba Montoya: Colosio me comentó que el nombramiento de Camacho no
le había molestado. Lo que lo incomodó fue la manera en que se dio. ‘Es un
golpe para mi campaña’, me dijo. A Salinas le manifesté que Camacho tenía las
cualidades para ese puesto, pero su resurgimiento podía ser ‘factor de
confusión.’ Por otro lado, ‘yo no puedo juzgar si se rompió o no con la llamada
ortodoxia política.’ En cuanto a la existencia de algún grupo de interés,
‘recuerdo la mención a ciertas personas que según Camacho representaban una
línea dura dentro del PRI y propiciaban comentarios adversos hacia él.’
Cuestión 2: El discurso de Colosio y la presunta
ruptura.
Salinas:
En general, no seguía a detalle la campaña presidencial porque estaba
enfrentando otros problemas. Con Colosio, ‘no hubo tema fundamental en el que
no nos hubiéramos puesto de acuerdo.’ El discurso del 6 de marzo de 1994 no me
molestó ni pensé que ‘lesionaba’ mi imagen como presidente. Lo único que le
comenté al licenciado Colosio fue que, en lo que había dicho sobre las
facultades presidenciales, ‘no era bueno rechazar facultades que después iba a
necesitar.’ Sobre la sospecha de que el doctor Córdoba intervenía en la campaña
presidencial, ‘no conocí ninguna influencia’ de su parte.
Zedillo:
El discurso del 6 de marzo fue el mejor programado y no fue un mensaje de
ruptura con el presidente. No fue planteado así porque sencillamente ‘no era
conveniente desde el punto de vista electoral.’ Tampoco conocí la opinión de
Salinas al respecto, pero sé que el presidente le envió a Colosio una encuesta de
presidencia donde se mostraba el efecto favorable del discurso en las
preferencias de voto. La viuda de Colosio, Diana Laura Riojas, nunca me comentó
nada sobre el discurso que, por otra parte, reflejaba lo que nos indicaban los
estudios de opinión: ‘un deseo de la gente de tener una suerte de cambio con
continuidad.’
Córdoba Montoya: ‘Mis funciones eran de asesoría y apoyo técnico. Esa
es la naturaleza de todo trabajo de asesor.’ Nunca le hice una sugerencia
expresa al licenciado Colosio sobre el contenido de su discurso del 6 de marzo,
y ‘nunca le mandé personalmente ningún documento’. Además, no intervine ‘en lo
más mínimo’ en las decisiones de la campaña. ‘Mi relación con Colosio en esos
meses era estrictamente de amigo.’ Por otra parte, jamás fungí como mensajero
entre el presidente Salinas y el licenciado Colosio.
Camacho:
‘El doctor Córdoba tenía influencia en todas las principales actividades del
gobierno. En los asuntos políticos, las decisiones del PRI se tomaban en su
oficina; por ahí pasaban los documentos principales.’
Cuestión 3: El día del asesinato y sus secuelas.
Salinas: Me
enteré del atentado contra Colosio después de un acto agrario en el Salón
Vicente Guerrero de la oficina de Los Pinos. Fui notificado por el jefe del
Estado Mayor Presidencial y por el doctor Córdoba. Busqué al gobernador de Baja
California (la jurisdicción donde se encuentra Tijuana, lugar del magnicidio),
pero me dijeron que no estaba en su estado. Entonces, estando presente en mi
despacho el doctor Zedillo, me comuniqué con Beltrones, el gobernador de
Sonora, ‘para pedirle que siendo el más cercano al lugar de los hechos se
trasladara a la ciudad de Tijuana, cosa que hizo.’ ‘No recuerdo el detalle de
la conversación. No recuerdo que me haya visitado en Los Pinos, porque las
siguientes horas fueron muy intensas’. El procurador general de la República
(quien fue elegido directamente por el presidente con la ratificación del
Senado, controlado por el PRI en ese entonces), Diego Valadés, me hizo saber
que el autor del disparo sobre Colosio, Mario Aburto, había llegado a la ciudad
de México para ser recluido en prisión. No recuerdo que nadie me haya precisado
quiénes acompañaron a Aburto en su traslado desde Tijuana. Después, Valadés
visitó al gobernador de Baja California, Ernesto Ruffo (uno de los primeros gobernadores emanados del Partido Acción Nacional, antagónico al PRI) y le pidió, primero, que
no estuviera presente su procurador en la conversación, ‘porque tenía elementos
para suponer que había presencia del narcotráfico en la procuraduría estatal’.
Ruffo se molestó, pero accedió a ‘que se ausentara su procurador’. Lo segundo
que le pidió Valadés fue que era necesario ejercer la facultad de atracción
para investigar el asesinato. El gobernador ‘accedió de muy buena voluntad’.
‘La atracción se ejerció porque se trataba de la muerte violenta del candidato
del PRI a la presidencia, hecho inédito en la historia del país.’
Zedillo:
El 23 de marzo del 94 hablé con Colosio antes de que partiera a Tijuana, como a
las tres de la tarde. ‘Me comentó que su llamada con el licenciado Salinas
había sido muy grata. Estaba satisfecho y contento por eso y por los resultados
de su gira’ (un día antes, Camacho declaró públicamente que no aspiraría a la
presidencia). No asistí a la gira por Baja California porque ‘desde el inicio
de la campaña acordé con el licenciado Colosio que ni yo ni sus asesores
directos lo acompañaríamos en las giras de campaña’. Presencié cuando la noche
del 23 de marzo, el licenciado Salinas le pidió a Beltrones que fuera a
Tijuana. ‘No recuerdo’ que el presidente haya mencionado ‘una causa especial’
para pedir la intervención del gobernador de Sonora.
Córdoba Montoya: Me encontraba en mi oficina cuando fui informado
sobre el atentado. ‘Me llegaron varias llamadas, tomé la que me pareció más
importante: la de Ernesto Zedillo (amigo personal de Córdoba y de quien, en
otra parte del interrogatorio, dice haber evitado deliberadamente mantener una
relación durante la campaña de Colosio por la naturaleza de su amistad). ‘Me
dijo que estaba recibiendo varias llamadas sobre un atentado que acababa de
ocurrir en Tijuana. Me preguntó qué sabía.’ Investigué con el jefe del Estado
Mayor Presidencial, que estaba en la planta baja, en el acto agrario con el
presidente. Minutos después me confirmó el hecho que, a su vez, se lo
comunicamos al licenciado Salinas, quien reaccionó consternado y conmocionado.
Por otro lado, yo no tuve participación de ‘ninguna índole’ en la designación
del general García Reyes (responsable del equipo de seguridad de Colosio). Se
dijo que el Estado Mayor Presidencial dependía de mi oficina y, por ende,
García Reyes también dependía de mí. Chapa Bezanilla, anterior fiscal del caso
Colosio, explicó en una entrevista que esto respondía a un acuerdo
administrativo, lo cual es totalmente falso. El fiscal estuvo mal informado por
sus asesores y ‘no tuvo oportunidad de leer personalmente el acuerdo al que se
refería’.
Salinas:
La versión de que el asesinato fue un complot de Estado orquestado por la
presidencia me pareció tan descabellada, tan ofensiva y tan ajena a los hechos
que por eso insistí, también, en ‘dar todas las facilidades a la fiscalía
especial.’ No recuerdo, tampoco, haber tenido reportes del Centro de
Información y Seguridad Nacional (la agencia de inteligencia mexicana) sobre
anónimos informando que ‘querían matar al candidato.’ Sí conozco, por otro
lado, a quienes resultamos dañados por la muerte de Colosio, quienes ‘durante
años nos formamos juntos y trabajamos con aspiraciones comunes.’ Los resentidos
con mi gobierno eran, fundamentalmente, los que estaban contra el proyecto de
modernización y cambio. Desconozco si el ingeniero Raúl Salinas visitó a la
viuda del candidato después del homicidio.
Camacho:
No supe de persona o grupo político que pudiera estar en desacuerdo con la
candidatura de Colosio. ‘Yo nunca he confundido una lucha política con una
conducta criminal’. Sobre el complot de Estado, ‘he aprendido que uno no puede
guiarse en el gobierno por apreciaciones, sino a partir de los hechos. Yo no podía
sacar en el momento ninguna conclusión porque no tenía información relevante.’
Por otra parte, no sé por qué Mario Aburto pidió hablar conmigo. Eso lo dijo
Beltrones.
Córdoba Montoya: Ignoro la naturaleza de las instrucciones que dio el
licenciado Salinas horas después de enterarse del asesinato. Momentos posteriores
a la noticia, conversé de manera informal con el gabinete económico sobre las
‘opciones de manejo bancario y cambiario que convenía someter a consideración
del presidente.’ Es un disparate y un infundio la aseveración de que yo le
exigí a Colosio renunciar a la candidatura. Tampoco supe que ‘nadie le haya
jamás pedido dicha renuncia.’ Si la presidencia no desmintió esto fue porque ‘a
veces el costo de aclarar versiones periodísticas sin fundamento es superior al
costo de dejarlas pasar.’ Cambiando de tema, el licenciado Salinas me dijo que
había visitado a la viuda de Colosio en su casa, aunque ‘no me comentó el
contenido de ese encuentro, más allá de la fuerte carga emotiva del mismo.’ A ella
le di las condolencias el día del velorio, pero no busqué verla con
posterioridad. ‘Le recuerdo que me retiré del cargo el 30 de marzo, salí del
país y me desvinculé deliberadamente de la política.’ (El doctor Córdoba
renunció porque, según explica en otra parte del interrogatorio, el presidente
le dijo que por la complejidad de la situación política y por su cercanía con
el candidato sustituto, Ernesto Zedillo, ‘era inconveniente que permaneciera en
el país’. Aceptó, sin discutir, su nombramiento como representante de México en
el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pero abandonó su puesto en 1995 a
solicitud el secretario de Hacienda mexicano, ya que fue el responsable de
aprobar un préstamo del BID para ayudar a México en la aguda crisis financiera
que vivía entonces, y esto perjudicaba al gobierno ante la opinión
pública).
Echeverría: Yo nunca tuve diferencias con el licenciado Salinas,
‘en primer lugar porque yo conozco a fondo las responsabilidades de ser
presidente y porque él ordenó que cuatro de mis hijos fueran designados para
cargos públicos, lo cual le agradecí siempre.’ Tampoco estaba en contra del
proyecto de modernización y apertura económica, porque ‘conozco los cambios del
mundo.’
Algunas consideraciones
El primer fiscal
designado para investigar el magnicidio, Miguel Montes, argumentó que se
trataba, sin duda, de un complot; sin embargo, pocos meses después cambió su
versión por la del asesino solitario. Para la viuda del candidato, Diana Laura
Riojas, este cambio de opinión fue ‘poco convincente.' Tres personas más fueron
nombradas, sucesivamente, fiscales. El último fue Luis Raúl González Pérez,
quien tomó el caso en 1996 y concluyó que todo había sido producto de un
asesino solitario. Recientemente y con motivo del 20 aniversario del asesinato, Beltrones, ahora coordinador de los diputados del PRI en la Cámara
de Diputados, consideró que las tres primeras investigaciones fueron "accidentadas" y "deficientes" (Proceso, núm. 1951), pero la última fue la más 'apegada a los lamentables hechos', a pesar de ser la menos aceptada ("In Memorian: Lloré, creí que ya se me había olvidado hacerlo", texto escrito por Beltrones en recuerdo del asesinato).
Como puede verse en las
respuestas, ninguno de los políticos interrogados dice tener información
relevante y cuando la fiscalía les pide entrar en detalles sobre conversaciones
o eventos clave, dicen no recordar nada. El mejor ejemplo es Salinas en las
horas posteriores a la noticia del asesinato: simula ser un actor secundario,
un peón en un tablero donde es el rey. Algo parecido sucede con Córdoba
Montoya, sólo que él sería el equivalente a la reina o a un alfil, en el peor
de los casos.
Por otro lado, la mayor
parte de las respuestas usadas en los ejemplos están parafraseadas con el fin
de darle fluidez al texto. Las citas literales están entrecomillas. Ordené por
temas lo que contestó cada político para mostrar que entre los interrogatorios
existe una narrativa que funciona a través de los diálogos, al modo de una
pieza teatral. Mauleón opina que en este documento se encuentra la novela no
escrita sobre una época en la que los abusos y la soberbia de la clase política
tocaron fondo. Serviría, además, para retratar los usos y costumbres del
priismo, narrados por él mismo. Para mí, este relato debería ser escrito en el
registro humorístico de Jorge Ibargüengoitia, para hacer notar con ironía las
contradicciones y las mentiras que caracterizan al discurso hegemónico.
Actualmente, Salinas de
Gortari vive cómodamente en la ciudad de México, igual que Luis Echeverría.
Camacho Solís es senador del Partido de la Revolución Democrática (PRD);
Zedillo trabaja en la Universidad de Yale y es miembro del consejo directivo de
Citigroup; y Córdoba Montoya es asesor personal de Luis Téllez, presidente de
la Bolsa Mexicana de Valores. Colosio fue elevado a la figura de héroe nacional. En cuanto a los personajes del grupo de interés
que señaló Camacho en el interrogatorio, Beltrones es diputado (como ya se
mencionó líneas arriba); Emilio Gamboa es el coordinador de la fracción
parlamentaria del PRI en la Cámara de Senadores; y Raúl Salinas estuvo en la
cárcel de Almoloya de 1995 a 2005, acusado de ser el autor intelectual del
asesinato de su cuñado José Francisco Ruiz Massieu, líder de los diputados del
PRI en 1994 (¿en represalia contra el homicidio de Colosio, su supuesto
candidato?). En 2013 le fueron devueltos sus bienes y su fortuna, al no poder
comprobarse su ‘procedencia ilícita.’
Paquidermo
Las fuentes usadas en la
segunda parte de esta serie que me faltó agregar son: “Los Idus de Marzo” de
Enrique Krauze, publicado en Letras
Libres en marzo de 1999; y “Las 18 versiones de Mario Aburto” de Carlos
Marín, publicado en Nexos en marzo de 2014. Lo demás es producto de distintas
lecturas a través del tiempo. A 20 años del magnicidio, la versión del asesino
solitario es considerada la más sólida. Con el paso del tiempo, la verdad expuesta por la hegemonía es aceptada y los cuestionamientos o
críticas son considerados invenciones descabelladas, delirios o calumnias
asestadas por tipos revanchistas. En el extremo, son resentidos que atentan
contra la unidad nacional. Sin embargo, las dudas persisten.
Por ejemplo, en el
aniversario de los 50 años del asesinato de Kennedy, la revista The Economist presentó una encuesta en
su número del 23 de noviembre de 2013 sobre los motivos del magnicidio. En
2013, 61% de los encuestados pensaban que había un complot detrás del homicidio,
mientras que alrededor del 30% creía que un solo hombre lo había hecho (el resto no contestó o no sabía). La
tendencia mostrada de 1963 a 2013 indica que la percepción detrás del asesino
solitario va en aumento y la del complot va disminuyendo. Quizá dentro de 50
años, más del 60% creerá que todo fue producto de un solo asesino. Sería
interesante hacer una encuesta similar en el 50 aniversario del asesinato de
Colosio.
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