I
Comúnmente se piensa que enloquecer es perder la
razón. Asociamos la locura o demencia con un mal funcionamiento de las
facultades mentales, en las que el raciocinio ha desaparecido, como barco sin
ancla que sostenga la mente en tierra firme.
De aquél que realiza actos ilógicos o fuera de los
marcos comunes de interacción, diciendo que, por ejemplo, puede hablar con los
pájaros o va a celebrar su no cumpleaños todos los días… De esas personas
decimos “se le aflojaron los cables” o “ya perdió un tornillo”, en alusión a
una avería o desperfecto en la máquina cerebral. Es curioso, describir el
cerebro como una máquina parece ser una metáfora guiada por la razón.
En este caso, ocurre un bucle: el aparato-cerebro se
dedica a generar pensamientos racionales que figuran al cerebro como un motor
propenso a descomponerse y derivar en demencia. Sin embargo, puede ocurrir lo
opuesto: que lo extremadamente racional genere demencia. En este caso, el motor
cerebral está tan bien aceitado, con las piezas cromadas (tornillos y cables y
demás elementos), que su funcionamiento óptimo, paradójicamente, causa locura:
pensamientos ilógicos o visiones insensatas. El ancla del barco es tan firme y
pesada que hunde partes del navío.
En otras palabras, la razón puede ser fuente de
locura. Los locos abundan en sociedades altamente tecnificadas y fanáticas de
la razón. Estas sociedades, aclaro, existen en el umbral entre la realidad y la
ciencia ficción. Aunque tal vez, en uno o dos siglos, guiados por la ciencia y
el hombre económico-racional, vivamos en este tipo de sociedades.
La locura que produce la razón fue un tema que, en mi
opinión, obsesionó al novelista argentino Ernesto Sábato. Enloquecer por ser
tan racional es uno de los temas centrales de su novela Sobre Héroes y Tumbas, que Sábato explora en el capítulo más intrigante:
el “Informe sobre Ciegos”. El crimen que da inicio a la historia –el asesinato
de Fernando por su hija Alejandra− se explica sesgadamente por el “Informe sobre
Ciegos,” escrito por Fernando acerca de su investigación sobre los invidentes, quienes conforman una secta que,
imperceptiblemente, gobierna el mundo.
Brevemente, según la hipótesis racional de Fernando,
el mundo es controlado por la secta de los ciegos, ellos son los custodios de
la verdadera realidad que subyace al mundo aparente en el que la mayoría nos
desenvolvemos. En esta conjetura sobresale una paradoja común: los ciegos son
los que mejor ven. La realidad oculta se sitúa en las profundidades de la
tierra, en los pozos, sótanos, cavernas y alcantarillas que pocos osan pisar. Guiado
por esta interpretación gnóstica, el detective Fernando explica en su informe
que los ciegos son sólo los guardianes de esa realidad vedada, dedicados a
mantener la simulación y evitar que el resto de los mortales traspase los
límites y logre adentrarse en lo subterráneo, donde habitan seres monstruosos e
inescrutables para la razón humana. Apunta Fernando:
…Podría acaso jactarme de haber confirmado con esas
investigaciones la hipótesis que desde muchacho imaginé sobre el mundo de los
ciegos, ya que fueron las pesadillas y alucinaciones de mi infancia las que me
trajeron la primera revelación.
Convencido de este razonamiento sugerido por los
sueños de la niñez, Fernando comienza a investigar obsesivamente los
movimientos de los ciegos que se encuentra: un vendedor ambulante y un antiguo
colega de trabajo. Los espía pacientemente, hasta encontrar signos que él cree
confirman sus sospechas. Por absurdo que parezca, cualquier movimiento de un
ciego lo interpreta bajo dos lentes: o son una pista para descubrir su secreto
o son una advertencia del peligro que acecha a quien los persigue. Por ende,
mientras más cerca está el detective de hallar la verdad (su verdad), más cerca
está también de ser capturado por la secta.
Este espionaje obsesivo, entonces, se hace paranoico. Fernando
siempre cree que los ciegos están un paso delante de él, secretamente
manipulando sus movimientos para capturarlo. Al respecto, la noticia que da
inicio a la novela califica el informe como el manuscrito de un paranoico. La
tragedia de Fernando reside en que al momento de descubrir la verdad será
atrapado y, en consecuencia, jamás podrá compartir su hallazgo. Por eso escribe
el informe a modo de diario, con la vana esperanza, tal vez, de que quien lo
lea sepa de sus andanzas y comunique su descubrimiento.
Desde fuera, para el lector, esta tragedia es cómica:
un individuo entrado en años que cree en una conspiración de los ciegos y está
aferrado por revelar él solo su engranaje. Su investigación parece la de un
ocioso solitario, cegado por su clarividencia y con nada mejor que hacer que idear una conspiración y
entrometerse en la vida de algún humilde invidente.
En una escena, incluso, Fernando da tropezones intentando encontrar una puerta
secreta y se apoya en un bastón, burlándose con resignación del hecho de
personificar él mismo un ciego. Ejemplo del buscador que termina pareciéndose
al objeto (o sujeto) que busca.
El signo de locura está en el hecho de que Fernando
nunca duda de su razonamiento y, peor aún, lo lleva a extremos ridículos sin
darse cuenta de sus consecuencias. Su lógica racional está conformada por dos
frases que Sábato encierra con un cuadro en el capítulo:
Observar Esperar
¡No hay casualidades!
Para Fernando, el destino está escrito y sólo se
requiere ser lo suficientemente perspicaz para leerlo y saber interpretarlo.
Como los científicos, los misterios del universo pueden ser descifrados por la
razón. Lo importante es el método que se sigue, y Fernando confía en que
esperando y observando confirmará su hipótesis de la conspiración invidente. Al
final, Fernando encuentra el desenlace que él preveía en su informe guiado por
su paranoia, aunque su asesinato obedecerá otros motivos.
En la contraportada de Sobre Héroes y Tumbas, el escritor polaco Wombrowicz califica al
informe como una “metáfora prodigiosa”. En mi opinión, esta metáfora funciona
como crítica al hombre racional asumido por la economía neoliberal. Según esta
ideología, el hombre es por naturaleza un ser racional y la búsqueda de su
bienestar derivará progresivamente en el bienestar de todos. El mercado no es más
que una expresión de esta racionalidad y, por ello, es el mejor instrumento
para distribuir los bienes en la sociedad.
Sin embargo, la naturaleza humana no puede reducirse
solamente a su cualidad racional, el hombre es un amasijo de contradicciones y
la razón se entremezcla con pasiones y emociones fuera del dominio racional. El
resultado de la economía neoliberal, hasta ahora, ha sido profundizar la desigualdad
entre ricos y pobres, convirtiéndose más bien en una ideología para justificar
la inequidad, bajo la neutralidad del argumento racionalista.
El informe sirve también como metáfora para describir
el mecanismo que nos lleva a crear teorías de la conspiración para ordenar el
caos que parece gobernar el mundo y sacar algo en claro de tanta confusión. Las
conspiraciones tienen como objetivo principal dar certidumbre, sostenidas por
una creencia racional infalible. Por infalible me refiero a que no es posible
poner en duda.
Si uno, por ejemplo, cuestiona la idea de que el mundo
es gobernado por los judíos o propone que el cambio climático es real, en lugar
de dar pie al diálogo y debate de ideas, los adherentes a la teoría
conspirativa asumen que quien cuestiona muy probablemente forma parte de la
confabulación o, en el mejor de los casos, está mal informado, no es capaz de
leer entre líneas. En otras palabras, es ciego a la realidad de la
conspiración.
En su libro El cerebro
idiota, el neurocientífico Dean Burnett explica que la invención de
conspiraciones forma parte del funcionamiento habitual del cerebro, que se
cobija en este tipo de explicaciones reduccionistas ante la complejidad y
sinsentido de lo que acontece: esa aglomeración de eventos que se acumulan interminablemente
durante la vida, carentes de un fin o rumbo y que parecen obedecer solamente al azar. Burnett
se refiere con humor a las imperfecciones del cerebro, susceptible, por
ejemplo, de aceptar incuestionablemente la realidad que enuncia una
conspiración. Y agrega que esto no es un defecto, sino parte del raciocinio que
asociamos con la salud de la máquina cerebral.
Finalmente, dentro de esta metáfora del “Informe sobre
ciegos” para ilustrar el razonamiento detrás de un complot, puede incluirse también
la adhesión a sectas religiosas, las cuales explotan esta necesidad del cerebro
humano por hallar certidumbre y un sentido a la existencia. Los argumentos de
estas sectas se fundan en la razón divina, la cual provee además un sentido de
transcendencia.
Pero antes de abundar en esta idea y agotar el interés del
lector, dejo para la segunda parte de esta entrada el planteamiento de la razón
divina o sobrehumana que se vincula, por otro lado, con la crítica que hace Sábato
a la obra de Borges.
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