La carta
París,
Fancia, miércoles,
Comienzo con un
postulado incuestionable: el origen de cualquier enfermedad es atribuible a un
desorden de los nervios. Los virus, bacterias y demás agentes externos –sin
olvidar, claro, las internas malformaciones celulares ̶ hacen su labor perniciosa en el cuerpo humano
gracias a que los nervios desorientados les permiten entrar al organismo, como
ingenuos anfitriones que abren la puerta sin antes averiguar la procedencia del
visitante. Hay una actitud cortés
irremediable en los nervios, cabe mencionar. Sobre las enfermedades que se
crean sin un elemento externo claramente identificable, debo aceptar que aún no ha
sido dado explicar qué mecanismo interno las genera. Sin embargo, no anula el
hecho de que los nervios son también la fuente de ese proceso. Tampoco se sabe bien
quién provoca este desarreglo, si el ambiente, Dios, el destino... el caso es
que nos reduce a meras marionetas. Este postulado no lo descubrí yo ni mucho
menos. Lo último que quiero es hacer creer que soy una especie de inventor o
científico. Nada más ajeno a mis intenciones…
El descubrimiento, que ha
otorgado beneficios invaluables a la ciencia médica, lo hizo el francés Franz
Mesmer en el siglo XVIII, quien procedió a fundar el Mesmerismo o “magnetismo
animal”. Recomiendo, al respecto, su visionario libro Breve historia del magnetismo animal. Por mis indagaciones personales, me enteré de
que el mentor de Franz se llamaba Infierno (Hell,
en su idioma original) y no es gracia. No sé bien porqué, pero Hell era
sacerdote protestante... Pero bueno, las enseñanzas de Mesmer me fueron
inculcadas por mi maestro, el apreciable Paul Rivette, hace ya unos años. Como
puede verse, soy sólo un discípulo y afortunado practicante del mesmerismo. Se
me considera un alumno aventajado del maestro Rivette, junto con mis colegas
Terzeff y Pleumeur-Bodou, aunque no niego que hay muchos aspectos por mejorar
en mi técnica de hipnosis. A fin de cuentas, y esto lo sabe cualquier practicante
comprometido, el mesmerismo es tan complejo que se pierde toda la vida en
aprenderlo. No obstante, agrego que ya he logrado, más de una vez, sincronizar
mi energía con la de mis pacientes para, así, generar el orden requerido en los
nervios que les permite “expulsar” al visitante indeseado.
La hipnosis ̶ ¡ténganlo
presente quienes la desdeñan! ̶ nos libera del yugo del titiritero,
rompiendo los hilos que nos mantienen a su merced y posibilitando, de esa
forma, la curación. Lo mismo les ha sucedido a mis colegas y a docenas más de
aprendices. Hay evidencia, entonces, de que el magnetismo sí funciona y puede ser,
incluso, más efectivo que la medicina tradicional. Pero, como en todo, existe
una oposición feroz (yo diría que odio) hacia los mesmeristas de parte de los
médicos seculares, reacios a cualquier cambio en sus métodos. No me sorprende…
Ya lo dijo el gran Rivette: ‘no está lejos el día en que nuestra técnica
logrará imponerse sobre la desgastadas fórmulas de la medicina y, entonces, los
humanos podrán vivir 100 años o hasta más.’
Quiero agregar que hace
no mucho tiempo, a principios de los años veinte, supe de Madame Curie por mi
colega Terzeff, quien ya era famosa por haber recibido el Premio Nobel de
Física. A mí, la verdad, no me impresionan estos premios, pero se supone que su
descubrimiento de la radiactividad artificial reforzó la técnica del
“magnetismo animal” porque ilustra la forma en que la energía se transmite
entre los cuerpos, que la hipnosis induce y manipula para beneficio del
paciente. Su esposo, poco antes de morir, investigaba el vínculo entre el mesmerismo y los
descubrimientos de su mujer. Reconozco que no entiendo nada
sobre esto y no estoy seguro de haber explicado bien el proceso que une mi arte
con la teoría radioactiva. A muchos colegas les pasó algo similar con esta
idea. Incluso, Terzeff, el más lúcido de nosotros, se atrevió a refutar a la
señora Curie. Desconozco los argumentos que usó mi compañero y tampoco sé si
fueron exitosos. Sólo sé, por algunos rumores, que Terzeff estaba enamorado de
la hija de Curie, Irene-Joliot, y esto fue lo que motivó su refutación y, más
tarde, lamentablemente, su suicidio…
A propósito, soy Pierre Pain, tengo poco
más de 30 años, vivo solo en París, en una modesta habitación alquilada,
combatí en la Gran Guerra de 1914 y empecé a estudiar con Rivette a principios
de la década de 1920. Apoyo a los republicanos en el actual conflicto civil
español, aunque no he podido decidir si debería participar en las Brigadas
Internacionales, como tampoco he sido capaz de dilucidar si debo cortejar a
Madame Reyunad, a quien, por cierto, quedé de ver dentro de media hora en el café
Bordeaux...
La
novela
Pierre Pain es el
protagonista de La senda de los elefantes,
una de las primeras obras de Roberto Bolaño, reeditada en 1999 con el título de
Monsieur Pain. La novela corta fue
escrita en 1981-1982, cuando el chileno tenía alrededor de 30 años (igual que
su protagonista). El argumento es simple, en apariencia: Pierre ha sido
contratado por madame Reynaud para intentar curar al esposo sudamericano de una
amiga suya, quien sufre de un hipo incurable, al menos desde el diagnóstico de
la medicina tradicional. Monsieur Pain y su técnica mesmerista son la última esperanza
del sudamericano, pero, por supuesto, los médicos se oponen a sus métodos y
hacen lo posible por deshacerse del francés. De esta forma, Pain se ve envuelto
en una extraña conspiración en su contra que no atina a entender. Confundido,
tendrá que hacerse a un lado para ‘salvar el pellejo’, aunque su descuido y
terquedad lo mantienen involucrado en el drama del paciente de hipo, cuyo
desenlace lo confundirá aún más.
La apariencia simple de
la historia se va complicando y enredando por el tratamiento deliberadamente
ambiguo y cómico que le da Bolaño, al punto de no saber si Pierre Pain es presa
de una conspiración tramada por los médicos ortodoxos, en aras de mantener el
dominio de sus métodos en la ciencia médica; o si el mesmerista es víctima de una broma,
engrandecida por su estupidez y alucinaciones inducidas por sus propias
técnicas hipnóticas y por una que otra borrachera. Aparte del drama médico,
sin embargo, hay que considerar otras historias parciales −como la relación del
protagonista con madame Reynaud, sus conversaciones con el maestro Rivette, la
soledad y las andanzas de Pain por las calles de París, sus demonios y su vaga
amistad con un ex colega− que
tergiversan el sentido del laberinto en que está inmerso el francés. Será labor
del lector, entonces, atar cabos para dar con su propia versión.
Como guía, la novela
incluye en el epígrafe un diálogo de Revelación
mesmérica de Poe que es, quizá, la clave para entender el embrollo. Copio
un fragmento:
P: Me
gustaría que se explicara, Mr. Vankirk
V:
Quisiera hacerlo, pero requiere más esfuerzo del que me siento capaz. Usted no
me interroga correctamente.
V: Debe
comenzar por el prinicipio.
P: ¡El principio! Pero ¿dónde
está el principio?
En lo personal,
considero que la obra es una burla sobre la esperanza, ilustrada mediante la historia de un
simple individuo que se las arregló como pudo en el mundo, dejando una que otra
aventura de humor involuntario para el recuerdo o, de forma más cruda, un pobre
diablo más, como tantos que recorren siglos.
Paquidermo
En la nota preliminar a Monsieur Pain, dice su
autor que los sucesos narrados ocurrieron en la realidad: ‘el hipo de Vallejo,
el camión –tirado por caballos− que atropelló a Curie, el último o uno de los
últimos trabajos de éste estrechamente relacionado con algunos aspectos del
mesmerismo, los médicos que atendieron tan mal a Vallejo. El mismo Pain es
real.’
Agrega Bolaño, en la misma nota, que el tiempo es un humorista de ley,
refiriéndose al reconocimiento y la gloria que llegan cuando menos se les
espera. El humor del tiempo llegó, quizá, mucho más lejos de lo que el chileno imaginaba,
ahora convertido en superestrella literaria.
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